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De Centroamérica salí literalmente volando. Además, de manera acelerada: amanecí en San Juan del Sur, tomé 3 buses hasta llegar a la frontera con Costa Rica, crucé el país y cogí (de milagro por la hora) un vuelo a República Dominicana, haciendo escala en Panamá. ¡No está mal: toqué 4 países en el mismo día!
Dicho sea, que no fue fácil la gestión de salir de Nicaragua, pero me rendí. El agente de aduana me multó con 10$ por haberme pasado un día al salir del país (cosa que no era cierta: el problema es que él no sabía contar hasta 5). Yo no tenía tiempo para discutir (y menos para enseñarle a contar, que en esa ocasión intuí que me iba a resultar más complicado, tedioso y lento incluso de lo que les está costando terminar La Sagrada Familia), porque tenía que cruzar el país y pillar sin falta el vuelo a Santo Domingo, asique lo único que pude hacer es recordar el incidente que tuve cuando viajé de Belgrado a Izmir (no te lo pierdas en 3 países y 2 años diferentes en menos de 72hr), dónde el tipo del chek-in no sabía contar hasta 3. Pensándolo bien, 5 es muchísimo más que 3, asique no iba tan mal el de aduanas 😉
Llegué al vuelo de milagro, y tras crisis en la cola por si pedían o no PCR (que yo por supuesto no llevaba), no hubo problema ninguno (vamos, que no la pidieron), y llegué a Santo Domingo previa escala en Panamá. Allí tras hacer rato en el aeropuerto y que diera tiempo a levantarse el toque de queda (a las 5am, pero esque ya soy experta en ahorrar noches de alojamiento a base de hacerlas en el aeropuerto), me dirigí a coger un bus dirección Santiago de los Caballeros.
Allí me esperaba mi primo Álvaro, que había ido a parar a ese curioso destino (la segunda ciudad del país), a acompañar a Inmaculada (la chica que trabaja en casa de mis tíos desde hace ni se sabe) que a su vez iba a visitar a su hermana Francisca. ¡Me recibieron por la puerta grande! Los días que estuvimos por allí nos trataron a cuerpo de reyes: prepararon todas las delicias típicas dominicanas, nos lavaron toda la ropa que quisimos y vamos, que me sentí en una casa como hacía tiempo que no estaba.
Además hubo tiempo para todo: conocer la city (con el consiguiente infarto de las anfitrionas, que consideraban que la ciudad estaba peligrosísima), corretear por allí e incluso salir de fiesta 😉
Pero poco me duró la morriña casera 🙂 y agarré a mi primo y nos fuimos para el norte, dispuestos a pasar un par de días en una playa caribeña: Sosúa.
Allí encontramos lo que se espera del Caribe: playas de arena blanca, palmeras, agua transparente y naturaleza exuberante. ¡Genial! Además, para no infartar a Álvaro 😉 en lugar de meterlo en un bungalow cochambroso (digno de mi presupuesto), alquilamos una habitación en una villa con piscina. ¡Not bad!
Fueron unos días tranquilos por allí, de tomar el solete (unas más que otros, que el pobre Álvaro se achicharró subestimando el potente sol caribeño), de compartir birras y dominoés y de acumular más de una anécdota.
Un día a Álvaro se le ocurrió saltar desde una roca al mar, siguiendo los pasos (o más bien los saltos) de los locales. Yo le copié. Entonces se le ocurrió saltar desde otra roca más alta. ¡Maldita sea! Yo le volví a copiar (no iba a ser menos que mi primo pequeño, vamos). Pero cuando se disponía a saltar de cabeza… Ah, no, eso sí que no. ¡Menos mal que le medio convencí y le distraje diciéndole que eso ni los locales (no sé si era peor tener que darle explicaciones a mi tía si caía mal o sufrir la humillación de no repetir yo el salto)!
Otro día casi casi nos quedamos sin cash. Vivíamos estupendamente (ésto de dormir en villas con piscina y no en hosteles de dudosa reputación tiene una impronta súper intensa): comiendo en sitios con terraza y con carta sin mirar precios, regándonos con cervezas al atardecer e incluso desayunando en el hotel de al lado. Pero el día antes de volver, cuando hicimos números y nos rascamos los bolsillos, nos llevamos un susto de infarto al ver que no teníamos para pagar nuestras deudas. ¡Menos mal que, en esta ocasión, hubo un compartimento en mi mochila que no había revisado y nos salvó de tener que volver haciendo dedo!
La etapa de la playa del norte concluyó, ¡pero mis aventuras con Álvaro siguen! ¿Próximo destino?