243K corriendo, 44 días viajando
Me levanto sin despertador, en una cama distinta casi todos los días. Bastante más incómoda que las últimas que probé por Madrid y la mayor parte de las veces, metida en mi saco sábana porque el sitio no promete no pegarme chinches, pulgas y demás.
Vagabundeo un poco para buscar dónde desayunar, si es que no lo he apalabrado en el hostel para que me bajen el precio de la habitación. En ese momento planifico con ViewRanger mi ruta a correr ese día, apoyándome en las recomendaciones locales o en la Lonely Planet. Escojo algo de como 14km sabiendo que me perderé y haré más, y no descarto tomar cualquier transporte por aquello de que el track sea más interesante. Miro a modo informativo el desnivel (porque aquí no sé cómo me lo monto, pero siempre me sale un huevo), paso por la habitación a equiparme: gorra, crema solar y cinturón Arch Max con el móvil, fotocopia del pasaporte, un trozo de papel higiénico (…) y 550NPR en dos billetes (un de 500 por si hay emergencia gorda y otro de 50 por si hay antojo pequeño de algo) y… ¡A correr!
Cada día es una historia nueva: paisaje nuevo, temperatura nueva, contratiempo nuevo… Casi siempre me sucede algo interesante en el camino y casi siempre tardo más de lo previsto, tanto a nivel de kilómetros como de tiempo: una vez ayudé a un taxista cuyo coche se había quedado atascado en el fango, otro día unos chavales me retaron y corrieron conmigo, otro día tuve qué correr por una calle que estaba inundada. Diferentes colores, olores y gentes qué hacen que tenga sentimientos enfrentados: por un lado, maldigo a mi teléfono o a mi cámara por no sacar todo el jugo a lo qué veo (sé que más temprano qué tarde conociéndome se me olvidará lo qué veo), pero por otro no puedo dejar de sonreir consciente de la libertad que tengo ahora para ampliar la ruta, sabiendo que (normalmente) no hay prisa y tampoco cansancio.
Pero no todo son alegrías, también hay piedras en el camino: a menudo calculo mal y temino exhausta y medio deshidratada, muchas veces planifico erróneo y me toca correr al do de polvorientas carreteras, otros días el atardecer amenaza con dar paso a la oscuridad de la noche.
Al acabar, ducha (comunitaria y fría la mayoría de las veces), agua y fruta y a buscar dónde comer… O a buscar algo interesante para ver o hacer (que la mayoría de veces me he encontrado por el camino de la mañana), cuando no tengo qué gestionar o preguntar el destino del día siguiente.
Por la tarde, recapitulo lo corrido con fotos, mapas y descripciones y lo subo a wikiloc, actualizo mi blog cuando procede y escribo un poco cuando me inspiro… Leo la revista de trail running qué me dejó mi hermano, la guía para planificar mis siguientes pasos, o el libro de “Correr, comer, vivir” que también me trajo y es de Ángel (el ebuelo, compi del equipo Myrmidons). A veces, cuando la conexión está buena, además de hablar con los míos incluso me bajo algún docu de viajes o de carreras 😉
El otro día mi madre me preguntó si me aburría con mi nuevo plan de vida… La verdad es que ahora que escribo esto, saco las siguientes conclusiones: mi vida ahora gira bastante en torno al running y al viaje, y va muy sobre la marcha… Pero sólo no me aburro, ¡me encanta!