Izmir & Tiafi Experience

3.554K corridos, 431 días viajando

A Izmir llegué después de hacer transbordo de avión y de enseñar a contar hasta 3 al del check-in de Pegasus (no te pierdas 3 países y 2 años diferentes en menos de 72h). En concreto, entré en Shantihome Hostel Izmir un sábado por la noche, con todo lo demás cerrado: en Turquía tenían toque de queda a partir de las 21h los días de diario y todo el fin de semana (eso sí, no aplicaba a turistas). El sitio me recibió cálidamente: Emina, la voluntaria de Azerbaijan que llevaba 4 meses allí me explicó todo lo necesario del hostel (un dato interesante fue que casi todos los días hacían movie night), e incluso me dió un pide (una pizza turca) para cenar. No tenía muy claro cuanto tiempo iba a estar por allí, pero con ese recibimiento, me imaginé que no sería poco.

No tardé en conocer a Tobi, un austriaco que llevaba un par de meses ayudando en un centro llamado Tiafi, en el que se ocupaban en varios aspectos de los refugiados sirios. Me propuso acompañarle el lunes, pero me dijo que en lo único que podría ayudar era en la cocina (por el Covid-19 el centro permanecía cerrado y sólo daban comidas para llevar a los refugiados y a quien se pusiera a la cola). ¡Me pareció una idea estupenda echar una mano en la cocina, asique por supuesto que le acompañé!

La cocina de Tiafi

A la gente de Tiafi también le pareció estupendamente: me recibieron con los brazos abiertos Stefany, Nour y Hilal (éstos dos últimos refugiados) pero me avisaron que las mujeres (sólo había mujeres entre fogones) encargadas de la cocina no hablaban inglés: sólo árabe y turco. Pero tampoco me fue mucho impedimento: para pelar patatas, remover pasta y fregar platos pensé tampoco hacía falta comunicarse mucho. ¡Y así fue! Probé un día y me encantó la experiencia, ¡tanto que me quedé allí (en Izmir y por ende yendo a Tiafi) más de una semana!

Mi rutina era llegar sobre las 10 al centro, al que me acercaba a pie (un paseíto de 40 minutos entretenido) y hacer (copiar) lo que andaban haciendo en la cocina las demás. Entre otras cosas, me tocó pelar y cortar verduras, hacer diversos batidos de frutas, aliñar y lavar los acompañamientos (cuscús, arroz, lentejas, etc.) y remover la sopa (que era una constante cada día). Además, todo lo que hacíamos era en porporciones industriales, lo cual era mucho más novedoso para mí (y menos meticuloso). Incluso el hecho de fregar los cacharros enormes en una súper pila tenía su chiste.

Las chicas eran unas trabajadoras excelentes: no remoloneaban y luego limpiaban todo minuciosamente. Había cosas que nunca faltaban en esa cocina: música árabe a todo trapo (que ponían en YouTube en algún móvil), el café a media mañana (que generalemente iba acompañado con algún pastelito o con algún dulce), y las pruebas de casi todo que hacíamos las cocineras (yo en particular me hinché a batidos). Además, la cocina estaba animada porque las mujeres traían a sus churumbeles, que se las apañaban estupendamente entre elles: cuidando los mayores a los pequeñes, dando poca guerra y acercándose de vez en cuando también a probar lo que teníamos entre fogones.

Generalmente después de mis quehaceres culinarios comía por allí con la tropa, y luego me iba corriendo (literalmente la mayoría de los días: pude conocer estupendamente Izmir y sus atardeceres gracias a los días que pasé por allí). Además, por la noche ya en el hostel cumplíamos las anunciadas movie nights religiosamente (con palomitas incluídas). La excepción fue el día en el que Miren (inglés viajero que a pesar de alojarse en otro hotel venía a Santihome a sociabilizar) cumplió años, que le homenajeamos haciendo botellón de raki (un licor parecido al anís pero en versión turca) en un parque cercano.

En el tiempo que estuve allí, también tuve ocasión de visitar Éfeso. Previamente tuve un (fallido) intento de ir a Bérgamo con David (canadiense que incluso se animó a salir a correr un día), que resultó un paseo por Aliaga, ya que el bus Aliaga-Bérgamo no circulaba en fin de semana. Pero sí que conseguí llegar en tren a la antigua cudad romana, Éfeso. ¡Qué visita tan chula! Además tuve la gran suerte de éstar casi casi sola (gentileza del Covid-19), por lo que las fotos me quedaron espectaculares. Eso sí, la vuelta fue toda una aventura de por sí: al haber un número reducido de trenes, el dueño de un restaurante que me vió deambular por allí me ofreció llevarme en su furgoneta (él vivía en Izmir) si esperaba a que cerrase el local. ¡Por supuesto que esperé! Ésto de tener tiempo además de maravilloso por lo que te permite conocer, lo es por lo barato que te hace el día a día 😉

Y aunque estuve muy muy cómoda mis días por allí, tocó marchar: si quería estar en Estambul para el 14 (que llegaban mis amigas), tenía que porner rumbo a Pamukkale. ¡A ver qué nuevas aventuras me esperan por allí!

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