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Desde Cartagena viajé a la cosmopólita Santa Marta, y lo hice acompañada de Luis (un saldavoreño a quien conocí en el hostel de Cartagena que andaba paseando por alli) y con la promesa de reunirme con Yoran (a quien conoces de Aventuras en el eje cafetero).
Llegué con una flor en el culo para no variar: Yoran se alojaba en un estupendo hotel en Santa Marta y me invitó a quedarme con él. ¡Una oferta que no pude rechazar! Al día siguiente, después de comprar víveres y algún que otro percance (Luis tuvo problemas con un cajero automático), conseguimos llegar al parque Tayrona en lancha.

A pesar de lo riesgoso que fue llegar (mola mucho ir en lancha, pero cuando hay olas no termina de gustarme), los paisajes merecían mucho la pena. Así que después de un para de remojones en el Cabo de San Juan, nos alejamos por senderos a buscar otras playas y alojamiento para la noche.
El sitio desde luego es impresionante: una mezcla de mar y jungla muy curiosa, sembrada de piedras de granito que me recordaba mucho a lo que ví en Hampi, no te pierdas Incredible India (Hapi vs. Hyderabad), aunque cambiando los restos de monumentos por el agua del Mar Caribe. ¡Eso sí, exactamente el mismo calor!

Para llegar a dónde dormiríamos, hicimos una mezcla de trekking con paradas a tomar el sol y a darnos baños. ¡No está mal la vida nómada! Y en una de estas paradas conocimos a María y a Edu, una pareja de canarios de lo más divertido. Gracias a ellos conseguimos un súper precio para alojarnos en su alojamiento (eso sí, en tienda de campaña, cosa que no probaba desde ¿Guatemala o Guatebuena?). La velada incluyó acercarnos al mar a ver el plancton, aunque también este era ya conocido (la primera vez lo ví en Cambodia, no te pierdas Unos días en el paraíso).
Al día siguiente partimos rumbo a Santa Marta, practicando de nuevo la modalidad de trekking-turismo. Y a pesar de la guerra que nos dieron en el hotel que Yoran tenía reservado (que nunca les llegó la reserva), pudimos encontrar otro sitio e incluso ver el final del Colombia-Brasil (bueno, jajajaja, yo ví poco que no me estoy aficionando tanto a esto del fútbol).
En Santa Marta los días transcurrieron relajados: pasear, ver la ciudad, probar restaurantes (¡cómo mola la buena vida!) y correr… ¡incluso acompañada!