Sistema de transporte público (y gratuíto) en Pokhara

102K corridos, 17 días viajando

De vuelta del trekking de Annapurnas, volví a pasar más días de los previstos en la ciudad… Definitivamente, mucho van a tener que gustarme otros lugares de aquí de Nepal para que cambie el primero en mi lista de favoritos 😉

Los días trancurrieron tranqüilos: yoga por la mañana, planificar ruta con algún tipo de atractivo para correr en el desayuno y… ¡A correr! De este modo acabé conociendo sitios como Pame Bazaar (al Norte de Pokhara), Sarankot (monte donde las guías de viajes recomiendan ver amanecer) o Bagnas Tal (otro lago, a unos 10km de Pokhara, precioso por su entorno rural). Además, tenía la suerte de que aún me quedaba parte del grupo israelí por ahí, asique pasaba siempre algún momento de la tarde acompañada.

Lo más divertido que he hecho estos días (ojo, que he estado muy entretenida, jajajjajaja, pero no siempre estoy haciendo cumbres o podios) es probar diferentes formas de transporte. Aunque por aquel entonces no llevaba mal CV en la materia (había cogido por entonces el taxi del aeropuerto de Katmandhu, el bus a Pokhara y el jeep de vuelta desde Annapurnas), definitivante después de mis últimas prácticas, creo que ahora ya me puedo considerar una experta. Pero todo mi bagage lo he adquirido de manera espontánea (jajajajjajaja, qué raro en mí).

Todo empezó en la colina de Sarankot. El día que planifiqué esa ruta (15km, 1000+) sabía que, por el desnivel, sería menos corrible que otras, pero no me importó mucho porque las vistas prometían. Después de perderme andando (sí, hice un 90% de la ruta andando) unas 200 veces, llegué a la cima algo desesperada y deshidratada. Además, me dí cuenta qué había hecho 13km sólo de ida… Asique empecé a trazar un plan B porque, entre otras cosas, ya había comprado agua y llevaba una botella en la mano (lo que me dificultaría la bajada corriendo, ya fuera bebiéndomela toda o transportándola en la mano). Pregunté a los taxistas de Sarankot pueblo pero me querían cobrar barbaridades (ejem, insisto en qué ya estoy habituada a sus precios), y cuando acordé un precio más o menos razonable con uno (300RPN, unos 2€), me dijo que teníamos que esperar diez minutos a su cliente (claro, yo era su “añadido”). Total, que le convencí para que me recogiera en la carretera mientras iba bajando. Esto es algo que me viene como defecto de fábrica: prefiero no esperar un bus en la parada, si no ir caminando a la siguiente o a la que se tercie, por esto de que si al final no viniera pues ya por lo menos estoy más cerca de destino (bueno, y porque me suelo aburrir muchísimo esperando). Pues estuve lista, porque nada más empezar a bajar, me adelantó un bus al qué logré parar: aquí es muy común pararlos así, ala, en medio de la carretera. “Pokhara, Pokhara”, me dijo el tío de la puerta. Y ahí que me metí, con una única instrucción: que me sentara. Espero que mi taxista no me siga buscando 😉

Hay dos personas clave en los buses públicos: el tío de la puerta y el bocinero, pero a veces espontáneamente se cambian de funciones. La labor del bocinero, es dar a la bocina en cada curva, para avisar al resto de usuarios de la calzada que va a pasar un vehículo grande por la vía. Además, dependiendo de cómo sea la curva, arma más o menos jaleo. Entre sus funciones, también está la de conducir el autobús, pero ésto es claramente secundario. Al tío de la puerta se le reconoce, además de por estar en la puerta, por llevar un fajo de billetes en la mano, fruto del cobro del viaje a los pasajeros, y porque da golpes al bus (a la puerta o aledaños generalmente) para que el bocinero pare cuando alguien quiere subir o bajar.

Particularmente el viaje de vuelta de Sarankot fue muy entretenido, porque el bus (un amasijo de hierros pero con muchos detalles muy coloridos) llevaba música hindi a toda pastilla que solo era interrumpida cuando al tío de la puerta le sonaba el móvil, momento en el que gracias a los avances tecnológicos (el bluetooth, vamos) todos los pasajeros nos enterábamos (bueno en mi caso imaginaba ayudada de las risas de otros viajeros) de la conversación con la parienta. Además, como el firme era complicado, la labor del tío de la puerta se veía ampliada a avisar al bocinero de cuando peligraba el bus de meter una rueda en una zanja. Claro, que al ser una función extraordinaria, sólo realizaba cuando dejaba de enredar con el móvil. El detalle de que en un momento dado el tío de la puerta obligara a parar al bocinero para meterse en una casa a coger unas mandarinas también me divirtió: una para él, otra para el bocinero, otra para una niña que se sentaba a mi lado y la última la tiró hacia el fondo a ver quién la pillaba. Otro momento divertido fue cuando entró un hombre con una bolsa enorme llena de botellas de plástico, que sinceramente no sé cómo logró meter por la puerta, y decidió que el mejor sitio para su carga era a la vera del bocinero (lo que le dificultaba la visión y por tanto su tarea secundaria de conducir). En fin, qué se me hizo cortísimo el viaje… ¡¡Y todo esto gratis, porque el tío de la puerta, al menos conmigo, se desentendió de sus obligaciones!! Voy a tener que pensar en replantearme mi relación con los buses en general (y los interurbanos en particular)…

El bus me había dejado en Pokhara, pero aún estaba bastante lejos de mi hostel, y andaba bastante cansada. Asique emprendí la vuelta a pie e intenté negociar con un par de taxistas más sin éxito. Entonces se paró una moto y me dijo “Pokhara Lakeside”, antes del segundo “Pokhara Lakeside” (y mira qué lo dicen rápido), yo ya estaba a lomos de su destartalada scooter. Di un poco de charleta, lo que nos permitía nuestro inglés y el ajetreado tráfico propio de los países asiáticos, pero al final me despedí con un buen apretón de manos, una sonrisa y un “Gracias amigo” que es idioma universal. Claro que esa noche, cuando conté a mi grupo mis experiencias en materia de transporte me explicaron que al tío de la puerta en los buses hay que decirle a dónde vas y en función de eso te cobra, y que el de la moto, en lugar de un amigo era una moto-taxi que debería haber pagado nada más bajar… En fin un simpa (más) en mi vida 😉

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