3.245K corridos, 397 días viajando
Después de los pueblos históricos partí sin pena ni gloria a la costa. Bueno, no es del todo verdad… No sé por qué me está costando moverme más de lo habitual. ¡Me está gustanto mucho Albania!
Me fui hacia Saranda, que te recuerdo es dónde pensaba ir antes de a Gjirokaster (puedes repasártelo en La Albania más otomana: Berat y Gjirokaster). Allí me estaba esperando literalmente, en la calle enfrente del hostel, Tomi, el dueño de Saranda Backpackers. Hice buenas migas con él desde el principio. Me debió ver no muy organizada en esto de las comidas, y después de desayunar (estaba incluído en el precio del hostel) me citó para comer a las 2, que él cocinaría. ¡Perfecto!
Nuestra tónica esos días fue desayunar, comer juntes y luego salir al bar de su amigo (nada más y nada menos que un Hard Rock, con camiseta y todo) a tomar alguna birrita. No me extraña que no me molestase en absoluto la lluvia esos días y el tener que ampliar mi estancia… ¡Fue como una segunda casa, en Albania!
Por fin conseguí ir a uno de los sitios que tenía planificado: Blue Eye. A unos 40 minutos en bus de Saranda en dirección Gjirokaster se hallaba esta anómala formación. Después de caminar 2K por tierra llegaba a una acumulación de agua de colores peculiares (azules muy intensos). La vuelta del sitio fue divertida, pues según indicaciones de Tomi, la mejor opción era volver haciendo autostop. ¡Y realmente me funcionó de maravilla! Aunque no pude dar mucha charleta, porque el conductor y acompañante (operarios de obra por lo que entendí de su asiento de atrás) no hablaban una palabra de inglés.

De Saranda marché hacia Himara, donde dí con un hostel muy rural donde los voluntaries (dos hermanos colombianos, Michael y Brian, y una alemana, Annete) hicieron que mi estancia fuera bastante entretenida. Además de pasar veladas de juegos de cartas y pelis, fuimos juntes a Llogara National Park. Lo logramos gracias al coche de Annete, y también gracias ¡a piedras que nos metimos en los bolsillos!, porque estuvimos a punto de volarnos por el vendaval que hacía el día que visitamos el parque.

Y por último, visité Vlora, una ciudad que me recordó a la costa levantina española. Por ahí sólo pasé un día a correr, y me encantó hacerlo porque estaba muy habilitado para ello: tenían hasta carril bici. He corrido mucho estos días acompañada del gran azul (más de 70K), ¡pero esque toca despedirme de él por un tiempo!