SanCris

4.414K corridos, 515 días viajando

Me quedé en San Cristóbal de las Casas 12 noches. Hasta la fecha no he hecho tantas en ningún sitio desde que viajo, a excepción de mi querida KoKut, cuyo inicio de aventuras lo puedes ver en Una nueva era. El lugar tenía actividades de todo tipo y una que es fácil de liar 😉 pues no pudo hacer otra cosa más que sucumbir a sus mieles.

Corriendo por Arcotete

Llegué con Lea (que me llevaba arrastrando voluntariamente unos días para hacer fast travel) y además de salir el primer día por la noche a tomar unas chelas, conseguimos ir al día siguiente al Arcotete (un parque natural al sur de la ciudad, tan apetecible que no repetí dos si no tres veces posteriormente yendo a correr por allí). ¡Acierto total! Y aunque me dio mucha pena que ella se fuera, por allí me quedé más que bien acompañada: de Lutz (un austríaco que había conocido ella en Tulum) y de Julia, mi vieja amiga argentina (que conoces de Agujero negro).

Con ellos precisamente hice un par de excursiones recomendables (el cañon del Sumidero y el lago Montebello); y pasé más de una noche de fiesta por la city (ojo que ya van varias, pero bueno, sigo fiel a correr mis 15K, en el estado que sea al día siguiente). Los días transcurrían tranquilamente por ese sitio donde parecía que el tiempo se había detenido…

Tour del cañón del sumidero

La excursión del cañón del Sumidero, barca incluída, me sorprendió muy gratamente, porque a pesar de ir de 20 turistas en fondo compartiendo una lancha, y cruzarnos por ahí a más de una embarcación, las paredes en las márgenes del río son sobrecogedoras. Además, la fauna no es nada despreciable: ví monos y ¡dos cocodrilos! ¡Es la primera vez que veo!

Hubo tiempo también para otras actividades nuevas (o casi) para mí. La primera digna de mención fue la escalada. Tuvimos la suerte de dar un un chico, Franco, que nos llevó a Monte Lauro a hacer unas paredes (menos mal que me libró haber practicado algo en mi querido Sputnik en Madrid) y luego a ver un mirador chulo. Toma nota: ese día acabé tan reventada que hice pellas de correr.

Además de compartir ese día de escalada con Julia y Franco, conocí a Pav y a Emily, una pareja de mexicano y canadiense que llevaban tiempo por SanCris y quienes alquilaban la habiatación a Julia. Precisamente con ellos hice otra actividad a la que no acostrumbro: cocinamos juntos unas pizzas en su casa. Nos quedaron riquísimas, gracias al toque de Emily (tanto en las pizzas como en los varios piñas coladas que nos fue dando mientras que desarrollábamos nuestras labores culinarias).

Pizzas en casa de Pav y Emily

Otra actividad que, si bien no es nueva para mi 😉 sí que lo es el formato, fue correr acompañada. ¡Me apunté esos días a correr con un grupo de runners! Y me lo pasé fenomenal, a pesar de que no llegamos ningún día a 15K. Pero eso sí, ¡ideas molonas (como ir a Chamula y volver corriendo, o como apuntarme a yoga) me dieron! No corría con grupeta desde Nepal (mírate HHHH – A drinking club with a running problem).

Chamula es un sitio peculiar, con una iglesia muy famosa en donde dentro las normas para los turistas son tan inacostumbradas que suscitan la desconfianza. Pero no es para menos: el sitio está iluminado por miles de velas incluso en el suelo, y el interior del templo realizan hasta sacrificios con gallinas vivas. ¡Toda una experiencia!

Con el grupo de runners de SanCris

Y por último (dejo lo mejor para el final) fue la experiencia Temazcal. Conocí a Santi en el Planet Hostel, un marino de Barcelona que estaba por México desde hacía tiempo viajando y trabajando en una ONG dedicada a la conservación y al cuidado de ciertos moluscos. Como nos llevamos fenomenal compartiendo unas birras y un chocolate caliente, decidimos dar un paso más e ir juntos al Temazcal (de ese jaleo Julia se escaqueó con la excusa de estar acatarrada).

Llegamos pronto a donde se celebraba la reunión (a los pies del ya conocido Monte Lauro), y echamos una mano a cubrir la estructura que nos albergaría luego. Consistía en unas maderas de forma semiesférica (que tapamos con una tela vaquera y luego con mantas), con un hueco en suelo en el medio para las piedras calientes. Además, la superficie (el suelo) estaba tapado con hojas verdes de pino.

Cuando la gente empezó a llegar, contamos hasta 50 personas, que después de ser purificadas con humo nos metimos en la estructura. ¡No cabía un alfiler! Y a base de cantos y de piedras calientes, Gustavo (el chamán), caldeaba el ambiente de forma que el calor hasta que se abría la puerta era insoportable. ¡Así hicimos hasta 4 veces! Y cuando salimos (Santi y yo, que los más devotos hicieron hasta 6 “puertas”) compartimos todos fruta para que se nos pasara el bajonazo de tensión provocado por aquella sauna masiva. ¡Guauuuu menuda experiencia! Yo creo que repetiremos, ¿o qué?

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