275K corridos, 50 días viajando
Por esto de diversificar, que estar siempre corriendo no es lo suyo, decidí irme a hacer una rutita en BTT por el valle de Kathmandu.
Además, conseguí engañar a Gabi para que se volviera de Pokhara y me acompañara. El caso es que lo planeamos estupendamene: yo miré la ruta en el mapa (110km repartidos en tres días), y él se encargó del tema de buscar las bicis (estupendas por un precio más qué razonable, y dadas las preguntas que nos hizo el de la tienda y su cara de peocupación cuando nos fuimos, parecía qué habíamos hecho buen negocio).
Empezamos un lunes, mochilas pequeñas (ejem, unas más que otras), quedando a las 7.30 para desayunar, comprarme un culot, coger las bicis y ponernos en marcha. A las 10 estábamos ya intentando salir de la caótica Kathmandú rumbo a Nagarkot 😉

La primera parada, fue en Bodnath, donde contemplamos una de las stupas más grandes de Kathmandu (uno de los principales reclamos para turistas). Cuando la dejamos atrás, el panorama ciclista cambió por completo: las carreteras (aún íbamos por asfalto) se tornaron más tranquilas, hasta que llegamos a nuestra segunda parada, esta vez sin algo más interesante que hacer que comer en un sitio de lo más local… Por supuesto Dhal Bat (lo único qué tenían) y acompañados por uno al que le debimos resultar simpáticos. A Gabi el tema de que no hablara ni una palabra de inglés, acompañado qué de vez en cuando me tocara el brazo para llamar mi atención le hizo muchísima gracia, asique decidió intentar darle conversación y se nos pegó toda la comida.

Para terminar la jornada, nos tocó una buena subida hasta Nagarkot, ésta ya por pista de tierra, donde las vistas merecían mucho la pena. Nos salió una ruta buena, y acabamos cansados pero contentos, porque creíamos que desde allí el perfil de la ruta tornaría favorable…
Pero no fue así: al día siguiente, empezamos por sendas traileras un poco rompepiernas, y junto al calor, que nos perdimos mucho porque la ruta no estaba muy bien señalizada y que nos tocó cargar al hombro la bici en un buen tramo de escaleras; al pobre Gabi le dió una pájara. Además, cuando se recuperó un poquillo, y pudimos seguir empujando la bici, decidió que era mejor ir montado desoyendo mis recomendaciones (íbamos por un camino por el borde de una terraza de arroz por el qué apenas cabíamos) y se cayó para abajo a la siguiente terraza… Eso sí, cayó de pie (la caída fue de unos 3m) y consiguió agarrar al vuelo la bici… ¡Impresionante! Además, para fin de fiesta, hubo que alargar la ruta porque en el pueblo en el qué habíamos pensado dormir los precios estaban por las nubes, y tuvimos que llegar a Namo Buddha. Cabe decir qué al menos, ese día las vistas de toda la ruta merecieron mucho la pena.
A la mañana siguiente, compartimos el desayuno con María, una catalana que había llegado al pueblo un par de días antes con la misión de hablar con un monje. Se quedó sorprendidísima de lo que desayunamos… ¡No nos fiamos mucho de qué era lo que nos esperaba y comimos como si no hubiera mañana! ¡Gabi hasta se apretó un egg chowmein (fideos fritos con huevo) de lo acojonado que estaba!
Pero la ruta transcurrió ese día sin problema: llegamos a Kathmandu antes de lo previsto (a las 5 cerraban la tienda), y el del alquiler se puso contentísmo de vernos… No como yo, que me puse un poco triste por dejar la bici, que al final le cogí el gustillo a eso de la BTT, ¡gracias Gabi!. ¿Para cuándo la próxima?