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Desde Mahahual cogí un colectivo hacia Felipe Carrillo Puerto, y ahí esperé unas horitas a la fresca (es el sitio en el que por entonces había pasado más calor de todo Mexico) hasta que salió mi bus hacia Valladolid. Era domingo y no pude coger otro colectivo, pero el bus, al ser de segunda (clase) no me costó mucho más.
Me encantó llegar a Valladolid. Es una ciudad pequeña colonial, con una plaza maravillosa donde eché un rato nada más llegar.
Al día siguiente desayunando conocí a Lea, una francesa afincada en Barcelona que estaba viajando por México en su mes de vacaciones. Me comentó que había alquilado una moto y que quería ir a Chichén Itzá y ¡me apunté inmediatamente al plan! El único inconveniente es que ella no había conducido mucho moto con acompañante, pero ningún problema: la llevé yo al principio y luego ella cogió soltura 😉
Además de la gran pirámide, en la que tuvimos tremenda suerte por estar casi solas, nos acercamos al cenote Yokdzonot ¡también para nosotras!
Para terminar el día, llegamos al convento del pueblo para ver un espectáculo de luces gratuíto, al que también se acercó Ricardo, un italiano que andaba viajando por América. Como colofón, vino un mexicano a invitarnos a cenar comida que le había sobrado de su food track (jajajajajaa, debemos tener mucha pinta de tener hambre). Pero fue mejor que eso: él estaba con unos amigos tomando unas chelas y nos invitaron a compartir con ellos. ¡Menuda suerte!
El día con Lea fue muy intenso y divertido, pero al día siguiente ella partió rumbo a Mahahual. Sin embargo no sería la primera vez que coincidiriamos…

Cuando se marchó, Ricardo y yo pasamos el día relajadamente en el cenote Zaci, que estaba en medio de la city. Por la tarde, cuando estábamos tranquilamente en el hostel, ¡sorpresa!: aparecieron Dejan (al que puede que conozcas de Los colores del Caribe) y Severin, un amigo suizo que estaba por allí de vacaciones.
Además de repetir con ellos y con Brina (americana y viajera) el plan nocturno de las luces en el convento, al día siguiente se nos apuntaron a un plan de moto ruinas y cenote (me había molado la fórmula Lea), pero esta vez fue Cobá en lugar de Chichén Itzá y el cenote Xkeken. ¡Día redondo que terminó con cenita en el hostel preparada por Severin! Hicimos y probamos una especialidad suiza: una riquísima pasta con queso en la que preparamos incluso la pasta. Eso sí, por la noche hubo además muchas risas por el tipo de sillas típico de Valladolid: enfrentadas. ¡Hicimos un montón de fotos de ellas para patentarlas!
Nos despedimos al día siguiente (¿definitivamente?) en la estación de buses, dónde partí rumbo a Mérida.
Mérida me pareció muy parecida a Valladolid, pero más grande y ¡muchísimo más calurosa! Menos mal que el hostel dónde me alojaba, La Garra Charrúa, se asemejaba a un oasis en medio del desierto: ¡tenía incluso piscina! Allí compartí con los dueños (Adrián y Evelyn), y conocí a Lulú (francesa que viajaba en las temporadas que su curro en un refugio de montaña se lo permitía), Vani y Tomás (que eran una pareja peculiar: americana y argentino que se dedicaban a viajar y se financiaban tocando en la calle).
Mi estancia por allí consistió en correr bien prontito por la mañana y relajarme tranquilamente en la pisci del hostel. Además, fuimos un día Lulú y yo al cine (gratuíto en un centro cultural), pero la peli era tan infumable que incluso Lulú abortó misión y ¡se salió antes de tiempo! Y también vimos a los chicos en acción tocando en una de las plazas principales de Mérida. ¡Todo un espectáculo, lo hacían estupendamente!
A los dos días de estar por allí, decidimos alquilar un coche los 4, e irnos en dirección a la Ruta Puc (una ruta de coche por la que pasábamos por varios yacimientos de ruinas mayas) y al día siguiete visitar el parque nacional de Celestún para ver flamencos. La verdad es que lo pasamos estupendamente, aunque fracasamos estrepitosamente en nuestra misión de ver ruinas (estaban todas cerradas pr Covid-19, y la única que encontramos abierta era tan cara que pasamos de visitarla) y flamencos (porque no era temporada). Pero insisto, que nos quiten lo bailado: alternativamente recorrimos el parque nacional en kayak y tomamos cerveza. ¡Qué más se puede pedir? Ah sí, correr acompañada: Vani se animó conmigo a hacerlo por la mañana 😉 ¿Será la última vez?