2.180K corridos, 272 días viajando
Estos días de descansar un poco de todo (tienda y bici) me han servido para centrar un poco mis pensamientos, que esaban revueltos.
Con las cosas que han pasado a miles de kilómetros (mi hermana Inés se dio una bofetada tremenda con la bici, mi abuela aún ingresada tras un ictus y mi madre lidiando con el estrés que le suponen ambas preocuplaciones) me han entrado unas ganas tremendas de pasarme por Madrid.
Estoy empezando a ser consciente de que esta vida nómada supone estar alejado físicamente de muchas de las personas que quieres, y a pesar del contacto virtual, hay veces que te apetece hacer un plan de los de antes, un abrazo o simplemente pasar la tarde con alguien a quién quieres.
El problema es que, a pesar de ser consciente de que parte de ti está lejos, cuando has descubierto que te gusta mucho mucho lo que haces, es muy difícil renunciar a ello.
¡A mi me encanta la vida nómada! Me siento super afortunada de poder estar aquí y ahora, y cada día que me despierto soy consciente de ello. Me gusta, en mayor o menor medida, todo lo que hago, y me siento muy libre decidiendo en todo momento lo que quiero hacer. Me mola un montón conocer sitios nuevos, correr rutas nuevas y descubrir que hay gente por el mundo que me despierta sentimientos también nuevos.
Es una súper suerte que haya decidido emprender este viaje, y qué haya tenido los medios (ya sea la valentía, las ganas o las pelas) para hacerlo… ¡Siento que es la mejor decisión qué he tomado! Además, me reconforta mucho pensar que si fuese consciente de que no me queda mucho tiempo de vida, ¡haría exactamente lo que estoy haciendo!
Entonces la reflexión esta vez ha terminado así: soy consciente de que tengo parte de mi en otro lugar, a pesar de que no quiero renunciar a mi vida actual. Pero eso no es malo, ¿no? Solo hay que encontrar el equilibrio: por ahora me sigue compensando vivir así, ¡voy a seguir haciéndolo! Y si echo por demás de menos a los míos… ¿Por qué no acercarme a ellos de vez en cuando?