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Tras unos días por Bulawayo (una city muy interesante para descansar y correr unos días), me dispuse a partir rumbo a Matobo Hills, y en concreto a Big Cave Camp.
No fue fácil el inicio, desde luego. Resulta que Becky, trabajador del Banff Lodge (el sitio donde estuve alojada en Bulawayo), me llevó hasta un coche que parecía que, por las palabras que intercambiaron Ricky y los dueños/gestores del vehículo (que yo no entendí ni palabra), iba en dirección a mi nuevo destino y me dejarían allí por 4$. Tras una hora de espera, que se cayera (literal) el parachoques trasero del coche y ver cómo los dueños/gestores del coche se ponían hasta arriba de licor, decidí abandonar el carro y buscarme la vida de otra manera. Había visto (1h de espera da para mucho) que la gente en general paraba a los coches y muchas veces se subían (vamos, que hacían autostop). Pues tuve suerte a la primera: paré a una señora (jeje, estuve ahí conservadora) con una pick-up que me ofreció el “ride” pero tendría que viajar en la parte de atrás. ¡Ningún problema!
Big Cave Lodge
Una vez allí (en el lodge de al lado, porque era el punto dónde quedé con los guías para tener cobertura y poder, en caso de pérdida conectarnos), me contó el guarda de la puerta que por ahí había una especie de animal muy particular: el “zonkey”, mezcla de burro y cebra. No vi ni uno :S pero me amenizó la espera de Tawanda (guía jefe) y Sandeli (también guía), con quienes compartiría muchos momentos de la siguiente semana.
Para empezar, no tuve tiempo ni de disfrutar mi habitación ni el lodge (muy particular por estar literalmente construído encima de rocas de granito), porque rápidamente tocó prepararse para la visita a los alrededores de la finca. Lo hice acompañada de Álvaro y Olga, hijo y madre españoles que estaban de vacaciones por el país. Vimos Kudus (una especie de antílopes jorobados), cebras, monos y unas cervezas 🙂
En el paseo mañanero
Al día siguiente, tras el paseíto matutino de rigor (una vuelta a la finca en la que Tawanda enseñaba botánica y ¡pinturas rupestres! en los aledaños del hotel), nos aventuramos en el jeep rumbo a Matobo NP. El plan era, en primer lugar ver rinos y despúés subir a una de las cuevas que contaban también con pinturas por allí (pasé de no haberlas visto nunca a verlas 2 veces con una diferencia de horas). Por último, nos asomaríamos al World View, un punto alto que prometía buenas vistas (y que efectivamente las tuvo), pero que casi me pierdo por amarrategui: mientras dudaba si pagar los 10$ que costaba la entrada, Álvaro se adelantó y me invitó, ¡qué suerte que me disipara así las dudas!
De las tres cosas, lo que más me gustó fue ver los rinos. Esta vez no fue como las anteriores (te recuerdo que la primera vez los ví en Uganda, reléete Muzungus, Africa your way), porque tuvimos que andar, escoltados por los rangers, al menos una hora. Pero por fin, ¡se dejaron (bueno, más bien se dejó, porque sólo fue uno) ver! Este tenía la particularidad de tener el cuerno limado, para, según me contaron, prevenir su caza furtiva.
Rino sin cuerno
Los siguientes días por allí transcurrieron tranquilamente, corriendo por los parajes y disfrutando en las cenas de compañía diferente cada día. Además de divertirme muchísimo con unos rusos que vinieron ¡que no hablaban ni palabra de inglés! con los que brindamos repetidas veces Sandile, Tawanda y yo a la voz de “nostrovia”; conocí a Storm y a Ian, una pareja de Harare que se dirigían con su amiga inglesa, Geina, hacia Victoria Falls para enseñarle la maravilla. Nos dió tiempo a salir a caminar por la mañana (bien pronto, a las 6) y a llevarnos tan bien que me invitaron sin pensárselo a su casa en la capi. ¿Próxima parada Harare?