Más costa keniata: Lamu y Kilifi

7.858K corridos, 861 días viajando

Después de Watamu, un par de tuk-tuks (que en la costa por aquí también se estila como medio de transporte), algún que otro matatu y una lancha, llegamos a la isla de Lamu.

Las calles de LamuLas calles de Lamu

Lamu, en la parte del norte de la costa keniata, es una ciudad preciosa (patrimonio de la humanidad), y muy musulmana. Las calles son estrechas y enrevesadas (dónde es facilísimo perderse), y las construcciones son de piedra caliza con paredes grises con mucho encanto (que en cualquier otra parte lucirían blancas, pero que aquí en África como la estética no es prioridad sospecho que jamás han sido limpiadas). Además de hombres con chilavas y gorritos, y mujeres y niñas con velo (e incluso burka), por las calles hay un montón de burritos que campan a sus anchas o transportan mercancías e incluso personas (el Uber de Lamu es cómo te lo venden los locales).

Burritos en LamuBurritos en Lamu

Esos días, además de disfrutar de las playas cercanas, cruzamos a golpe de lancha a la isla de al lado (Manda) a pasar el día. Nos esperaba allá más playa, y una caminata hacia la otra punta en dónde encontramos unas ruinas, una buena vista, ¡y un montón de baobabs que no pude evitar abrazar!

Abrazando un baobabAbrazando un baobab

Y a pesar de ser la isla muy poco apta para correr (es toda de arena, por lo que la carrera se complica), Santi se atrevió a salir de nuevo conmigo a acompañarme según él a hacer “mis kilómetros para el mundo”. Creo que se está ganando el título de persona que se ha hecho más veces conmigo los 15K rutinarios 🙂

Santi haciendo mis km para el mundoSanti haciendo mis km para el mundo

Nuestra siguiente parada fue Kilifi. El hecho de estar en rainy season hizo que automáticamente nos dieran un upgrade en el alojamiento que elegimos (Distant Relatives Eco Lodge & Backpackers, uno de los mejores hostels a día de hoy en los que he estado por África): en lugar de una tienda de campaña, nos cayó por el mismo importe una “banda”, que es una casita típica unifamiliar que contaba con baño ecológico al aire libre. Fue una suerte, porque lo que no es tan ventajoso de viajar por la costa en esta estación es que te toca chupar muchos ratos de lectura a resguardo, y claro, la cosa en una tienda se complica…

Pero bueno, no todo lo que la lluvia trajo fue negativo: pudimos probar y reprobar un restaurante local en el que más allá de las beans y chapatis tenían un montón de comida swahili (curries de verduras, tubérculos guisados con salsa de coco e incluso más de un dulce). Además nos hicimos habituales después de correr en un sitio de jugos y magdalenas en el pueblo (en el que teníamos que poner cuidado de no apoyarnos en la barra metálica para no electocutarnos: los peros de los sitios de jugos a 30KES). Y por último, como hicimos bastante vida en el hostel, conocimos allí a Diego y Eme, una pareja de uruguayos que llevaban viajando desde 2016, y a quienes espero ver más adelante: ellos también están viajando hacia el sur del continente, ¡y los mzungus por aquí nos reconocemos muy fácilmente!

Con Santi haciendo km para el mundoCon Santi después de una de las rutas

 

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