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¡Qué sorpresa tan agradable me esperaba en Río Dulce! Y esque, a pesar de llegar a una ciudad dónde la polvorienta y transitada carretera era el centro neurálgico, disfruté muchísimo por allí.
En primer lugar porque mi alojamiento, Restaurante Bruno’s fue todo un acierto: pagaba 50GTQ (un poco más de 5€) por una cama en el dormitorio, con tal suerte que no compartí con nadie. ¡Habitación privada con baño dentro! Además, Bruno’s estaba a los pies del río (imposible aburrirse con el trajín de barcos que por allí pasaban). Y por último, mi pago de habitación me daba derecho a mesa en el restaurante para pillar internet y al uso de la pisci. ¡La gente hacía cola para sentarse! Menuda suerte…
Asique ahí me pasé el par de días que estuve por allí. Vida relajada y, de no ser porque no encontré una buena excusa para ampliar mi estancia (más bien, encontré una buena excusa para no hacerlo: en Lívingston, mi siguiente destino, también hacían el test de antígenos que me exigían para entrar en Honduras gratuítamente, y siendo viernes si no hubiera tenido que esperar lo que me parecía demasiado tiempo). Era también destino de americanos de la tercera edad que llegaban en sus yates, o que llevaban ya tiempo viviendo por allí.
Después de mucho dudar la manera de llegar a Lívingston (por tierra era muchísimo más económico), me decidí a hacerlo en lancha. ¡Qué acierto! Uno de los paseos más bonitos que recuerdo, eso o que las travesías fluviales me encantan 😉
Llegué a lo que es el Caribe desdentado, nada de postales de revistas. ¡Bien! El sitio prometía: Lívingston, a pesar de no ser una isla, está sólo conectado al resto del país por mar, y por un sendero que no es fácil de recorrer ni en moto. Con lo cuál, resulta un sitio de lo más auténtico: tráfico rodado de sólo motos y tuktuks, exclusivamente restaurantes y tiendas locales y una población mayoritariamente negra (los garifonas). Los garifonas son negros procedentes de los esclavos que traían los españoles de África, y además de tener un lenguaje particular que nada se parece al español, se llevan bastante mal con los mayas.
En el hostel, Casa Rosada, además de encontrarme uno de los dormitorios más chulos que he visto (con vistas a la playa, en una especie de terraza), también me encontré a un conocido: Nick. En el bus entre La Antigua y Panajachel me crucé con él, y verlo en Lívingston, y en el mismo hostel me hizo mucha gracia 😉
Pasamos práticamente los dos días que estuve por allí juntos con Tenbirs (un pakistaní jubileta y divertido que nunca ví sin una cerve en la mano), y adaptamos nuestras respectivas partidas a Honduras (yo me hubiera quedado un día más y él necesitaba estar allí cuanto antes para organizar su vuelta a USA) para ir juntos. Nos hicimos la prueba de antígenos en el centro de salud (gratuíta) y empezamos lo que sería un día viajando para llegar a La Ceiba. Para ello cogimos una barca hacia Pedro Barrios (que no salía hasta contar con 12 pasajeros), luego un bus a la frontera. De ahí otro bus hasta San Pedro Sula (ya en Honduras) y por último, llegamos miliagrosamente a pillar el último bus que salía hacia La Ceiba. ¡No está mal mi llegada a Honduras!