¿Guatemala o Guatebuena?

4.897K corridos, 557 días viajando

Hay veces que, por cutre, pago el pato: fue el caso de mi hostel el Guatemala City (Guate, como dicen los guatemaltecos). Mira que me quejo pocas veces, y que mis estándares de higiene y comodidad son, cuanto menos discutibles, pero esque éste fue una pasada. ¡No tenía ni puerta en el cuarto de baño! Y era de las camas más pequeñas en las que he dormido: tocaba con los pies y con la cabeza en los bordes de la litera (y a pesar de poder presumir de contar con una altura estupenda, 1,68m, no creo que esté por encima de lo habitual).

Y tampoco acerté mucho pasando 2 noches en la city: a mi modo de ver, el interés es limitado, y el exceso de polución y de tráfico (a pesar de venir de CDMX) hicieron que no disfrutara mucho el tiempo por allí. Eso sí, con la gente tuve buenísima suerte desde el primer momento: me tocó un conductor de Uber simpatiquísimo (sí, a veces me permito esos lujos) y conocí a Jesús cuando me vendió una ensalada, que literalmente cerró el local para acompañarme a pasear por la ciudad.

Otra suerte me esperaría en La Antigua. A tan solo 30K de la capi, esta bellísima ciudad (que es la antigua capital, que tuvieron que mover debido a los movimientos sísmicos que experimentaba) de estilo colonial me recordó mucho a San Cristóbal de las Casas (no te pierdas SanCris). Además, me alojé en uno de los mejores hosteles que he experimentado desde que viajo: The Purpose Hostel. Allí además de saborear las mieles de su terraza y de su ambiente (lleno de viajeros), pude informarme de lo que serían mis aventuras por allí los siguientes días: además de deambular por las calles de la ciudad y disfrutar de sus plazas y parques, ¡visitaría volcanes!

Para empezar, fui de excursión al Volcán Pacaya. Mi primera toma de contacto con las montañas de fuego no estuvo nada mal: Darío nos guió cumbre arriba, dónde asamos unas nubes de caramelo en las grietas de la lava. La caminata estuvo bastante bien, sobre todo por lo impresionanet que fue para mí andar por caminos de lava. Tanto que contraté otra excursión con ellos: el Volcán Acatenango. La verdad es que me vino genial hacer la ascensión con guía, porque gracias a ello me enteré que el Pacaya es un volcán activo (¡guauuuu!), a pesar de no haber dado guerra en más de un mes (yo pensé: ¿sólo?).

El Acatenango fue mi segunda experiencia volcánica: mucho más dura la ascensión que el Pacaya, aunque el terreno mucho menos impactante (no caminas sobre lava). Nuestro equipo se componía de dos franceses: Alex (viajero de cerca de Marsella que me encontré en el hostel) y Thibault (también viajero de la bretaña francesa y al que conocí directamente en el bus camino al volcán), Will (el guía) y yo. Llevamos un ritmo estupendo (completamos la etapa en algo más de 3h) y escapamos de la lluvia, pero llegamos empapados por la humedad y el sudor.

Equipo de expedición al Acatenango

Acampar con el Volcán de Fuego muy cerca explosionando cada rato es una de las experiencias que creo no voy a olvidar. Además de verlo, lo oíamos, y nos envalentonamos a despertarnos a las 3 de la mañana para acercarnos. Fue un fracaso total: aún tengo las patas cargadas y no conseguimos ver nada más por la (maldita) niebla. Eso sí, el sobre esfuerzo no impidió que bajáramos corriendo (Will entrenaba con un grupo de trail runners, por lo que no me fue difícil convencerlo) ¡en 50′! ¡Qué buen equipo de montaña formamos!

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