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En Paracas me interesaba hacer 2 cosas: visitar las Islas Ballestas y recorrer el la reserva natural de la forma más eficiente posible. Por lo que cuando llegué a una agencia de turismo y me explicaron que a las islas se llegaba en bote y que no se bajaba, y que la reserva era difícil verla paseando me llevé un chasco. Pero bueno, nada que no se pudiera arreglar haciéndome amiga de los dueños de las agencias 😉
Después de pegar la hebra con dos, Efraín y Enmanuel, conseguí un precio estupendo para el tour de las Islas Ballestas y también una súper solución para la visita a la reserva: hacerla en bici. Pero no sólo eso: me llevé tan bien con ambos que hicimos habitual esos días comer y cenar juntos.
La visita a Islas Ballestas comenzó llevándonos a ver El Candelabro: una formación peculiar en la montaña, hecha a base de surcos de 40cm de profundidad, que dibuja la forma perfecta de un candelabro gigante. Después, de camino a las islas pudimos ver delfines bastante cerca, ¡molones! Y cuando llegamos, comprendí por qué no te puedes bajar de la embarcación: están pobladas por las gaviotas, los leones marinos y los pingüinos. ¡No me arrepentí para nada de la visita!
Pero no fue la única fauna que vi. Descubrí que me podía colar a la reserva (un día corriendo, que seguía el mapa que había trazado sin imaginarme que sería un atajo) y llegar a la orilla, dónde había cientos de flamencos (no como en El desierto colombiano: provincia de La Guajira). Desde entonces, pasé todos los días a verlos a diferentes horas (es lo que tiene tener tiempo).
La aventura en bici tampoco tampoco estuvo nada mal. Para ahorrarme los soles de la entrada, me interné en la reserva a primera hora, y hasta las 4 no devolví la bici. A pesar de no ver animasles por ser puro desierto, fue muy interesante: ¡nunca había pedaleando por dunas y paisajes tan áridos!
Y a pesar de que me quedé medio pegada a Paracas (pasé 5 días por allí), partí con un planazo por delante rumbo a Nazca: montar en avioneta para ver las líneas. Me gustó mucho la experiencia, sobre todo porque nunca había montado en una avioneta tan pequeña: éramos 6 pasajeros a bordo, ¡y te pesaban antes de montar! Todo sensaciones nuevas… Me mareé bastante :S
Y las líneas impresionan mucho desde arriba, porque están hechos genial los jeroglíficos! Hay figuras geometricas y animales. demás, da qué pensar el saber que ellos, los incas, nunca verían nada de lo que grababan desde lo alto. ¿Misterioso?