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¡Vivaaaaa! El marcador se ha puesto en marcha otra vez. Y no ha empezado a hacerlo en cualquier lugar, ¡ha empezado en El Cairo, Egypt, África! Casi nada: me adentro el continente de los exploradores y aventureros por excelencia.
Aterricé después de dos vuelos de British Airways (tenía que amortizar ese voucher que me dieron en Iberia al no haber disfrutado de mi vuelta a casa por Navidad desde Guayaquil, no te pierdas El norte de Peru) y mogollón de bolsas de patatas fritas gratuitas gracias a las que subsistí. El Cairo era la ciudad que me acogía. No pude ver casi nada desde el taxi que me llevó del aeropuerto a mi hostel, porque llegué pasadas las 11 de la noche. Eso sí, para variar, ésta vez no tuve problema ninguno en el aeropuerto: PCR y fuera, ni siquiera exigencia de un vuelo de salida. ¡Eso sí que es novedad, qué fácil!
El taxista, que no hablaba una palabra de inglés, me dejó en la puerta del edificio donde supuestamente estaba mi alojamiento. Además, se enrolló, porque a pesar de no entendernos, me dio el cambio en libras egipcias (yo pagué dólares, que es lo que tenía) y una lección de cómo eran los billetes. ¡Me gustó tanto que le dejé incluso propina! Eso sí, la primera en la frente: mi propósito de año nuevo de no regatear se vió en entredicho, porque no pude evitar negociar el precio de la carrera. En fin, para la próxima será…
Subí las 4 plantas de un edificio más o menos en ruinas, con colillas y basura en los rellanos, ¡e incluso un mendigo dormido entre la primera y la segunda planta! Y llegar a la cuarta, la planta del ansiado alojamiento, no fue mucho más alentador: no había agua corriente, hacía un frío que pelaba y olía bastante regu. Por supuesto, olvídate del papel higiénico (menos mal que había mangado en mi casa antes de salir, fundamental en el kit de supervivencia de mochilera).
¡Pero nada que no se viera mejor al día siguiente! Volvió el agua. Pedí papel y más mantas y me dieron. Y al bajar a correr, el mendigo me dió los buenos días. ¡Me quedé las 3 noches siguientes por ahí, que ya sabes que me va la marcha!
Lo que ví en El Cairo fue, en primer lugar, mucha mucha gente. Muchos hombres, muchos más que mujeres. Vestidos muy de negro todos, y ellas con velo y muchas veces con burca. Me miraban bastante a la hora de correr, y los más atrevidos incluso me sacaban un pulgar para arriba como signo de aprobación.
Oí muchísimo ruido de coches: el tráfico es terrorífico. Además, comparten calzada vehículos a motor y a no motor (como carruajes y todos los carros ambulantes que te puedas imaginar), peatones y animales (perros y muchos gatos).
Los olores intensísimos: a cuero curtido, a animales, a comida especiada. Además de a lumbre, que en muchos sitios de la calle (sin asfaltar) hacen fuegos improvisados para calentarse.
Y la gente de nuevo, lo más positivo de toda la experiencia. A pesar de sus dificultades con el inglés (no hablan casi nada), hacen lo posible por que los entiendas. Y son amables: cuando pedí alguna indicación, hasta me acompañaron. Incluso algún vendedor me invitó a un té en su tienda (a pesar de que yo dejé claro en el primer momento que no podía comprar nada).
Mis tres días en El Cairo han sido una buena bienvenida a lo que creo que me espera en África: ¡un caos fenomenal! ¡Eso sí, rodeada de gente de buenrollo! Pero espero que te embarques conmigo, como lo ha hecho webempresa (mi patrocinador oficial, provedor de hosting web), ¡que la diversión está asegurada!
Vaya vaya, si que va a ser intenso. Ojos abiertos y oídos, has llegado a una realidad paralela. La hospitalidad es grande, las diferencias… también… A por ello!
Oleee!!! Pues ya te contaré a ver qué tal 🙂