102K corridos, 20 días viajando
Mi hermano Tuko llegó el viernes 19 (con una hora de retraso) al aeropuerto de Katmandhu, donde le recogí gracias a un chico que me llevó en su moto, jeje, pero al que esta vez sí que pagué. Tuko venía con una intención clara: hacernos el trekking del Campo Base del Everest (EBC para los locales). Bueno, y también cuidarme un poquillo 😉 que a veces le entra el venazo de hermano protector.
El plan era que yo debía haber arreglado los temas de la excursión desde aquí antes de su llegada… La realidad es que, como estuve liadilla (jajjajajajaja, ésto de hacer poco no veas lo que cunde), lo único con lo que le recibí es con un papel cutre verde que decía algo así cómo vuelo a Luckla (lo que me habían dado, pero yo había pagado religiosamente los 158$ por persona correspondientes), y un montón de info y de teléfonos de gente para resolver temillas (como definir la ruta, contratar el guía, etc). Pero todo controlado 😉
Entre otras cosas, me había enterado de que el trekking comenzaba en Luckla, inaccessible de cualquier modo menos volando (de ahí que tuviera el ticket); que la duración mínima de la ruta era de 12 días (etapas razonables de distancia y desnivel) y que todos los días íbamos a estar a más de 2500 (por lo que se complicaba la ruta y se tornaba conveniente llevar guía, más familiarizado con la altitud).
Además, como el vuelo de Luckla no era un vuelo como tal (consistía en un jeep que te recogía a las 3 de la mañana para ir a Remechap y desde allí coger el vuelo de las 9.15 dirección Luckla), nos tocó levantarnos a las 2 con los macutos e ir al sitio acordado. Esta , fácil de planteamiento, de ejecución fue más que difícil: salimos al punto de encuentro relajados a las 2.50 (mi culpa, que creía que el horario era como lo son aquí, es decir, aproximado) y a mitad de camino Tuko creyó haberse dejado el móvil olvidado en el hostel (su culpa, porque uno cuando cree esas cosas lo primero que tiene qué hacer es revisarse el bolsillo, qué es donde precisamente apareció cuando casi estábamos registrando la habitación). Además, el conductor, que tenía mi contacto, no paraba de llamarnos para ver dónde estábamos, y eso no ayudaba mucho porque yo era quien llevaba el GPS y o atendía llamadas o vigilaba el camino… Conclusión, que con media hora de retraso llegamos y tuvimos la suerte de qué nos estaban esperando.
El camino consisitió en una carretera semipavimentada que iba por la ladera de una montaña… Entre bote y sueño tanto mi hermano como yo nos percatamos que sin duda ese era el tramo en el que más peligro corríamos en toda la ruta del Campo Base del Everest 😉
Y eso que al llegar a Remechap, casi 4 horas después, el aeropuerto no inspiraba lo que se dice confianza: consistía en un par de mostradores de facturación donde entregaban unas tarjetas de embarque (por supuesto escritas a mano) y luego cuando pasabas la puerta, un par de filas de bancos a pie de pista donde esperabas una vez tuvieras tarjeta de embarque. La gestión además era un tanto anárquica: podías acercarte a la pista a ver los aviones o retroceder (pasar otra vez por la puerta) para comprar víveres en las tienduchas del pueblo (cuyas calles eran por supuesto de tierra).
Conseguir la tarjeta de embarque fue tarea complicada y sobre todo larga, ya que debido a la gestión anárquica y a que nosotros los novatos nos empeñábamos en hacer cola mientras los guías locales nos adelantaban literalmente por la izquierda (y por la derecha también). Una vez coseguida, pasamos a la zona de bancos, donde vimos al avión de Tara Air en el que íbamos a viajar como se fue dirección Luckla (y afortunadamente volvió) hasta 3 veces antes de que nosotroa embarcáramos. Pero nuestro vuelo, el de las 9.15, al fin salió (pasadas las 13.30) en dirección Luckla… Éramos unos 20 contando a 2 pilotos y una azafata, y llevábamos parte del equipaje en los asientos delanteros. Eso sí, nos dieron un caramelo (ejem, que hay muuuuuchas compañías en las que ni eso).
La primera parte de la ruta ya aventuraba lo que sería el camino: senderos entre pinos y pueblos que atravesar, puentes colgantes a mucha altura, mulas y vacas en la misma ruta, y siempre las grandes montañas como telón de fondo… ¿Qué más se puede pedir?
Una vez allí, después de superar el segundo momento más tenso de toda la excursión, nos encontramos a Bivec (uno de los contactos que recopilé en mi búsqueda exhaustiva de lo necesario para la excursión), que tras acordar un precio razonable con él, noa proporcionó un guía, Milan, para acompañarnos en la aventura… Y nos pusimos rumbo a Phakding, que alcanzamos en unas 2 horas (estaba relativamente cerca), y a pesar de que nos sobraban fuerzas, como Milan insistió (y nosotros siempre obedecemos y a la primera), accedimos a quedarnos incluso en el alojamiento que él nos propuso… Eso sí, una vez negociado el precio 😉