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A Delhi llegamos un día antes del vuelo de Jimena, con sólo una cosa planificada: hacer un free tour por la ciudad, que lo concertamos a las 17h.
Sin embargo, el destino quiso que en lugar de free tour, improvisásemos todo el día: nos confirmaron plaza para las 10h en la visita en lugar de a las 17h, asique tras desayunar en el hostel nos pusimos rumbo a Old Delhi. Cuando llegamos no había nadie, asique decidimos hacernos el tour casi por nuestra cuenta. Casi porque se nos ocurrió seguir a un rickshaw con dos americanos y un cartel que decía algo así como ‘Best Old Delhi Tour’. Al guía, que al minuto se dió cuenta de nuestra estrategia, le hicimos gracia, asique además, mientras a los americanos los empujaba a entrar a las tiendas a ver si consumían, a nosotras nos contaba con más detalle la explicación de la city 😉
Pero esque los americanos iban demasiado lentos… Asique nos aburrimos y decidimos ir a ver si nos hacíamos un sari que al menos algo nos abrigaría (hacía un frío que pelaba). Conseguimos los dos por 400INR, asique no hay qué dar mucha explicación de cómo era la tela, tanto de calidad como de estampado. ¡Pero teníamos sari y puesto! Nos lo amarraron con un cordel a la cintura y, ¡ala, a seguir nuestra ruta por las callejuelas!
Teníamos diversidad de opiniones: los indios cuando nos veían con el plumas por encima y las riñoneras, se daban codazos y se les escapaba la risa… Pero las indias nos saludaban y nos miraban con complicidad. En estas andábamos, deambulando por el mercado de las especias cuando nos encontramos un cine.
Peli india de acción con subtítulos en inglés era la sesión de las 12.30. Allá que entramos, y resultó ser de temática de intriga, violaciones y asesinatos, en la qué una poli resuelve el caso y de paso le da un buen palizón al malo con una correa. Creo que Jimena se imaginó por un momento que era su hermana volviéndose loca por las calles de Delhi y zurrando con la riñonera a algún paisano que no se comportaba correctamente 😉 por eso le gustó tanto.
Después como nos había entrado el hambre, fuimos a comer a un restaurante local (nos encantan los locales, comparado con el street food es un upgrade considerable) y como consideramos que nos merecíamos después un caprichito, nos dimos un masaje como homenaje.
Para terminar el día, volvimos andando hacia el hostel (buena caminata, pasando entre otros sitios por la puerta de India y los jardines Lhodi). Por último, habíamos buscado en la guía un sitio de esos que marcan con $$$ para cenar, cortesía de mi padre. Buscamos ese porque la única condición que nos puso es que la cuenta fuera de más de 15€, requisito bastante difícil de cumplir en India: en todo el tiempo qué llevo por aquí, ni a propósito ni comiendo hasta reventar lo consigo.
En el restaurante se quedaron con los ojos como platos cuando nos vieron entrar por nuestras pintas (y eso que ya nos habíamos quitado los saris), porque era un sitio fino y elegante y ejem, nosotras la elegancia la llebábamos por dentro (siendo backpackers es muy difícil contar con outfits arreglados). Comimos estupendamente unas ensaladas, unas birras y una tarta de chocolate (a veces, pero solo a veces, pienso que mi padre va a tener razón en eso que dice de que hay dos vidas, una que es cara y otra que no es vida). Al terminar, Jimena pidió la cuenta, dijo que pagaba con tarjeta y se fué al baño… A los camareroa les faltó atarme a la mesa porque estaban seguros de que íbamos a hacer un simpa. Además, la cara del camarero cuando la tarjeta de mi hermana dió error fue todo un poema, pero para variar lo resolvimos pronto y bien (metió pasta en su cuenta Revolut, que hay que ver lo exigentes que son: no te dejan pagar si no tienes dinero) y pudimos irnos sin fregar platos 😉