1.156K corridos, 130 días viajando
Me encanta la sensación de estar tan inmersa en el país que apenas te encuentres extranjeros. Es difícil la comunicación y los horarios de las tiendas y de los puestos (olvídate de restaurantes) es muy tempranero.
Banlung ya apuntaba maneras desde que cogí el bus nocturno: Una vez en Phnom Penh obvié la aplicación del móvil y fui directa a la estación (ejem, hay qué reconocer que por temas logísticos: el atascazo hizo que me procupara y tuve que pedir al conductor de mi primer bus que me soltara en la cuneta, que iba yo más rápido a pata), y me metieron en un bus todo con locales (bus cama, por cierto). Al llegar al alba a destino, los únicos que me recibieron fueron unos perros callejeros, y me tocó andar unos 3km hasta Nature House Ecolodge, donde tras hablar con el dueño llegamos a un acuerdo: me dejó dormir en el dormitorio (para mí sola y con baño) por un precio más que razonable (10.000KHR, menos de 3€), a cambio de que también comiera allí. El sitio era muy auténtico: todo de madera y vegetación por todas partes.

Se me ocurrió alquilar una bici, por esto de variar de vez en cuando, para llegar a un pueblo y a unas cascadas preciosas, pero una vez más, se me fue la mano y salieron más de 70km. En la parada en el pueblo, Lumphat, ya desesperada porque no encontraba nada, pregunté a una señora que estaba en la puerta de su tiendita por dónde podía comer… Total, ¡que me sacó un plato de arroz! No dudé y me lo zampé en un periquete, ¡que había hambre!

Salir a correr por allí era una maravilla: caminos de tierra rojiza rdeados de naturaleza salvaje, y cuajado de cascadas. Además, en el pueblo había un hostel con piscina, en el que pasé horas practicando la postura “tumbada en la colchoneta” antes de ver el atardecer en una magnífica terraza (el hostel se llamaba Banlung Balcony con razón).

Fueron unos días de paz y tranquilidad en la Cambodia profunda que aproveché diviniamente para relajarme y hacer poco o nada 😉