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Llegué a Marangu con intención de pasar un par de días por allí con Ana, vieja conocida de mis días en el ECB (antes, mucho antes de empezar mi viaje, que por si tienes curiosidad, empezó en Katmandhu: Podio Nepalí). Nada más llegar, me esperaba Marangu Hotel, un sitio idílico a los pies del Kilimanjaro.
Marangu Hotel
Tras el lío de vuelos (ella tuvo que pasar un día extra en el aeropuerto de Frankfurt), conseguimos juntarnos. Pasamos por allí unos días fenomenales, además de por el hotelazo al que nos invitaron a cambio de publi por Instagram y fotitos, porque hicimos un tour interesante por la zona, en el que vimos cascadas y nos explicaron la recolección del café. Además, esperando a Ana, hice amigos por allí: los dueños del hotel, Vay y Anthony, me trataron como nadie me había tratado antes en Tanzania; y también conocí a Jo y Moni, una pareja de americano (ex cooperante del Banco Mundial) y tanzana (local de Marangu) que hasta me invitaron a comer en su casa. ¡No fue mala espera, no!
La pradera de Marangu Hotel
Tras un largo viaje en bus (más de 10h) y un par de noches por Dar Es Salaam, llegamos en ferry a Zanzibar. Nos sellaron el pasaporte, y nos embarcamos en dala-dala (la versión tanzana del matatu) rumbo hacia otro hotelazo: Baladin Zanzibar. ¡Menos mal, porque aunque Ana es una todo-terreno (regatea mejor que yo los dala-dala), el viaje no se puede decir que fuera cómodo! Allí nos esperaban para una noche, en un sitio idílico: súper fotográfico y al que no le faltaba detalle.
En el Baladín
Pero desgraciadamente no todo fueron alegrías :S Salí a correr una mañana por la playa (mira que me gusta poquito eso de correr por la playa, porque normalmente está inclinada o demasiado blando el terreno, pero en este caso he de decir que la arena era perfecta para el ejercicio) con tan mala suerte de caerme justo en una zona de rocas bastante escarpadas. Yo creí que era una caída más (aunque bastante escandalosa, porque llegué con la pierna totalmente ensangrentada), y volví corriendo y con intención de doblar y salir con Ana, ¡que se había animado a hacer una ruta corta conmigo! Pero en el momento de limpiarme la herida… ¡Mala pinta! Los padres de Ana, que son médicos, tras el report fotográfico que les mandamos me enviaron directamente al hospital a que me cosieran. ¡Oh-oh!
Marcas de guerra
Fuimos para allá (tras el desayuno del hotel, claro está, que lo primero es lo primero) y efectivamente, me cosieron una de las heridas. Me pusieron anestesia, y a decir verdad, no me dolió casi casi nada. El problema vino cuando, para curarme la otra herida, me consultaron: o bien me cosían pero me dejaban un cicatrizón importante (había un agujero, y para juntar la piel tenían que tirar bastante) o bien me dejaban la herida abierta con altísimo riesgo de infección. Fue una decisión arriesgada, ¡pero decidí la segunda! Aprecié mucho tener en esos momentos a Ana cerca, que la pobre se comió el marrón de esperarme en el hospital tener que ver la herida que no era en absoluto agradable :S
Con Ana
A día de hoy sigo yendo a que me curen: la cosa está avanzando muy muy bien (parece que he elegido lo correcto), pero no hay que quitarle ojo. ¡Eso sí, y parada sin correr durante 7 días mínimo!
Momento de la intervención
¡Vaya con la parada técnica!
Mira: para dejar de correr, no es necesario que te “espetes” contra rocas pinchudas. ¡Qué dolor! Cuídate mucho, mucho, mucho… que no tengas como medallas cicatrices molestas: necesitas las piernas completitas y bien para seguir tu periplo y con él, este blog que sigo desde su comienzo.
Que la convalecencia sea buena y restauradora.