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El Juego de la Oca en España es un clásico. Es un juego de mesa que consiste en hacer llegar a tu ficha antes que la de tus contrincantes a la meta, y para ello la mueves por las casillas en tu turno a golpe de un dado. Pero dependiendo de dónde caigas, tu sino puede ser uno u otro (te puede tocar avanzar, o retroceder o incluso quedarte varios turnos sin tirar). Lo que no hay duda (y si no, que me corrijan los expertos como mi tía, que hizo una tesis doctoral del tema y no es broma) es que las casillas marcadas con ocas son de las mejores: cuando caes en una oca, automáticamente pasas a la siguiente y vuelves a tirar el dado, a la voz de “De oca a oca y tiro porque me toca”.
Cuando llegué en bus a Santo Domingo, víctima del terrible tráfico, de las infinitas paradas y de por supuesto mi mala organización logística (que a estas alturas no voy a andar ocultando) 2 horas tarde a mi cita con Álvaro, Juan y familia; por la manera que me recibieron (sin el más mínimo reproche), supe inmediatamente que el finde prometía.
Juan es hermano de Inmaculada (a quien conoces de Vuelo de salida a una isla caribeña), y nos había invitado a pasar el fin de semana en una villa que habían alquilado para celebrar el cumpleaños de su hija Laura en Samaná. La palabra villa por sí sola no necesita explicación, y Samaná, para los que no conozcan República Dominicana, es el mejor sitio de playas de todo el país. ¡Pintaba que iba a ser un planazo!
Aprovechamos el viaje en coche hasta allá para conocernos. Juan (que pilotaba la nave de 7 plazas) se dedicaba a la contabilidad y tenía su propia empresa; Marlene (a la derecha del padre) era juez y contaba con su plaza de funcionaria; Laura (además de ser muy parecida a su madre) era estudiante de derecho; Axel (novio de Laura) acababa de licenciarse en Economía y María Amalia, la más joven y risueña del coche, todavía estaba en el colegio. Para cuando llegamos a Las Terrenas, ya me sentía como de la familia a pesar de sólo haber compartido unas horas con ellos.
Llegamos a la villa y nos dejó boquiabiertos a mi primo y a mí: un dúplex espaciosísimo (preparado para la convivencia nada molesta de hasta 8 personas) con una azotea con barbacoa, jacuzzi y varios ambientes. El complejo además contaba con 3 piscinas chulísimas (de las que tienen pasarelas en forma de puentes, rodeadas de palmeras, tumbonas y sombrillas) y playa privada. A mí se me vino a la mente la frase de “Con la suerte que estoy teniendo en esta vida, he debido de acumular buen karma en las anteriores (porque en ésta no es que me lo esté currando tanto)” una vez más (la última vez que me sucedió algo parecido fue en mi aventura en Cozumel, mírate Unlimited Luxury by Madrileños por el Mundo).
Después de probar las mieles de las instalaciones de Balcones del Atlántico (así rezaba mi pulserita, porque me pusieron hasta pulserita al entrar al recinto), compartimos unas birras, charla y cena en la barbacoa. Aproveché la coyuntura, además de para zamparme una buena hamburguesa, para preguntar todo lo que se me vino a la cabeza de historia, política y economía de República Dominicana: ¡no podía desperdiciar la ocasión de que me contaran los pormenores de su cultura!
Al día siguiente el plan (después de correr una de las rutas en las que más tiempo he tenido playa tropical a mi lado), consistía en ir a Samaná y tomar un bote hasta Cayo Levantado. Salimos más tarde de lo acordado en mucha parte por mi culpa (pero por una buena causa: me entrevistaban en la tele), y en algo de parte por la culpa del coche (se quedó sin batería), pero llegamos. En lugar de tomar el ferry, Juan negoció (con mi consiguiente asombro de que no sólo seamos los mochileros los únicos que negocian) el precio de una lancha particular, y llegado a acuerdo, partimos rumbo a la isla.
¡Increíble! Playa de arena blanca, miles de palmeras y agua cristalina. ¡La foto de cualquier revista de viajes con destinos playeros! Y, aunque la vuelta se nos hizo más costosa a unos que se otros (Juan y yo nos agarábamos dónde podíamos aterrados mientras los más jóvenes gozaban con los tumbos de la barca), lo que sin duda fue un fastidio es que el coche se había quedado otra vez sin bateria :S Pero ya a esas alturas éramos expertos en materia, y en apenas media hora teníamos resuelto el tema y volvíamos rumbo a nuestra fantástica villa.
El domingo finalmente celebramos mi cumpleaños en familia desayunando. Finalmente porque, a pesar de que a Álvaro y a mí nos había divertido la idea de mantenerlo en secreto, se nos escapó. Fue tomando el día anterior unas piñas coladas con Laura y con Axel en el club de enfrente del complejo, y no sé si fruto de los efectos del alcohol o emocionados de cuando sopló ella las velas de sus pasados 22 aplaudida por camareros, cantamos como jilgueros. Y claro, fui protagonista de un desayunazo con deliciosos pancakes (hechos por María Amalia) y chocolate (especialidad de Marlene).
Con pena de dejar la buena vida, montamos a la jeepeta (el 4×4 que diríamos los europeos) y ya habituados al trámite, avisamos a los operarios para que nos encendieran el motor. Sin pausarlo (me empezaba a recordar a la peli de Little Miss Sunshine), pasamos por Nagua (pueblo natal de Juan) para que lo viéramos, dejamos a Axel y a Laura en casa y me llevaron a mí a casa de Manolo.
Manolo Del Campo es un primo de mi padre que lleva décadas afincado con su familia dominicana en Santo Domingo. Al saber que Álvaro y yo íbamos a pasar una temporadita por República Dominicana, en el chat familiar hubo mucha expectación (por parte de mi padre y mis tíos) por que pasáramos a visitarlos. Y yo, que estas cosas de visitar familiares remotos he de confesar me hace gracia, y a sabiendas de que casi seguro que una invitación a comer les chuleaba (que te recuerdo que a pesar de mi buena suerte en Samaná, mi nivel de vida viajero es más bien espartano), me puse en contacto con él casi al inicio de mis aventuras por el país.
Resultó ser bastante simpático por WhatsApp, y además nos invitó desde el primer momento, tanto a Álvaro como a mí, a pernoctar en su casa (con la consiguiente alegría y alivio que eso me daba a mí y a mi bolsillo). Álvaro en principio se iba a seguir quedando en casa de Juan (tampoco mala opción), asique cuando íbamos desde Samaná camino a Santo Domingo se me ocurrió escribir a Manolo pidiéndole por favor que no hicieran nada de cenar porque estaba hasta arriba de la comida de mi cumple. Respondió con un “Bueno”.
Ese ” Bueno” significó que nos estaban esperando, a mí, a Álvaro y a la familia de Juan (que no olvidemos no podía apagar el coche) con una cenorra capaz de terminar con los problemas de inanición del continente africano. Álvaro, en vista del percal, decidió quedarse también a dormir en casa de Manolo con la excusa de verme apagar las velas 😉 Porque, ¿a que te habías imaginado que había tarta y velas de postre?
Pasamos una velada fenómena contando anécdotas y conociéndonos. Manolo es ingeniero de minas jubilado, y un auténtico aventurero (su viaje en moto por el Amazonas fue tema que suscitó curiosidad desde el principio en el chat de familia). Su mujer, Mary, además de una estupenda anfitriona trabaja en el mejor hotel de Santo Domingo, y sus historias del personal a su cargo eran tronchantes. Carmen es la hija mayor, estudiante de Medicina y clavada a su madre. Y María Eugenia, la más joven y espontánea, también es estudiante de Medicina. Después de la cena (y de las múltiples bebidas que se despacharon para pasar el piscolabis), ya éramos todos de confianza 🙂
Al día siguiente corrí a pesar de haber jurado no hacerlo (me acosté a las 2 de la mañana), pero esque no pude resistirme a las mieles del cercano Parque Mirador del Sur. Después fuímos de visita al Jardín Botánico. Empezamos montando en un trenecito en el que recorrimos el parque, con parada incluída (y foto) en el jardín japonés. Y terminamos con un museo en el que se nos instruía del clima dominicano y que constaba de 4 salas: 2 con aire acondicionado y 2 sin él (la visita estaba prudentemente organizada alternando una con y una sin para evitar desmayos). Y de vuelta a casa hicimos un poco de turismo y vimos los alrededores del botánico y de los barrios aledaños a la zona donde vivían los Del Campo.
Por la tarde fuimos a visitar la zona colonial, y además de constatar que efectivamente Manolo y mi padre comparten genes como primos (o al menos parece que han aprendido en el mismo sitio) a la hora de aparcar el coche, paseamos por todo el casco. Vimos la catedral (por fuera porque ya no eran horas de entrar), la plaza de España (donde está el Alcázar en el que Manolo nos obligó a hacernos una foto para mandar al chat de la familia), la calle Damas (regentada por locales franceses) y la calle Conde (principalmente comercial). Pero a pesar de reirnos mucho, no fue lo principal: Manolo nos instruyó estupendamente a Álvaro y a mí con la historia de la isla y de la llegada de Colón.
Y al día siguiente me llevaron al aeropuerto. Mary tenía que trabajar, pero Álvaro, Carmen y María Eugenia (y por supuesto Manolo) no perdieron la ocasión para, una vez me dejaran, seguir hacia la playa de Boca Chica (otro planazo, traidores).
He de confesar (creo que lo dije en el coche más de una vez) que era de los días que menos miedo tenía a una negativa por parte de los del check-in o de los de aduanas (o de cualquier uniformado del aeropuerto que se le antonje pedirme un documento, porque desde el Covid-19 me dan respeto hasta las personas que venden en los duty free, no vaya a ser que no me dejen viajar por algo). Es que el plan de quedarme unos días más por allí, dado como me lo estaba montando en plan familiar, ¡no era en absoluto malo!
Mis últimos días en República Dominicana han sido pues saltar de una oca (la familia de Juan y Samaná) a otra (Manolo & family en Santo Domingo), y tirar a Costa Rica porque ya me toca 😉
Las dos familias curiosamente son muy parecidas de estructura pero con una cosa fundamental en común: ¡son muy divertidos y se les nota a todos muy contentos! ¿Será que es propio de la cultura dominicanas?
¡Pues te sigue tocando con las ocas! Está claro que dominas este juego: ya habrás tirado y estarás en una nueva casilla: ¿En Costa Rica?
(te lo dice tu tía, la que hizo una tesis muy seria sobre el juego).
Jajajajajajjajaj, podemos decirte experta en eso y la más fiel de mi blog 🙂 Ya en CR, que llaman la Suiza de América Central :S eso sí, hay que decir que ésto, aunque caro merece muchísimo la pena… Voy hacer por aquí un recorrido exprés para no fundirme todas las pelas pero veré todo lo que pueda!