8.414K corridos, 926 días viajando
Justo después de nuestra ascensión al Kili, partimos rumbo al Foresight Lodge (que te puede sonar de Recuperando energy). Allí habíamos acordado pernoctar un par de noches y hacernos uno de los safaris más míticos de Tanzania: el Cráter del Ngorongoro.
A pesar de toda advertencia por mi parte 😉 decidimos repetir de desayuno (con el retraso que ello suponía, porque no eran muy rápidos en materia de hacer una tortilla) y empezar nuestro periplo hacia allá a mediodía. Dicho sea, puede computarse cómo exitosa la operación breakfast, puesto que conseguimos que Tuko no pidiera un beef wrap igual al que el día anterior había sido imposible de conseguir antes de 4h de espera. Pero bueno, no contentos con ello, paramos en Arusha a comer (¡qué bien comimos!) en un sitio que se encargó Carlos de buscar entre los recomendados. El viaje por consiguiente fue larguísimo pero entretenido: la tropa se reventaba de la risa cada vez que algún local nos “apoyaba” encima algún bebé… ¡Incluso a Carlos se le sentó una chica encima! Además, a Jime y a Natalia se les escapaba algún grito cada vez que se cruzaba algún perro (o vaca, o cabra, o lagartija o ser vivo de más de 5cm) y el conductor ni amagaba con desacelerar el paso.
Pero lo conseguimos y llegamos al lodge. Allí nos esperaban con los brazos abiertos Rafa, Ernest y Anita, cantándonos el “Jambo-jambo” que tan familiar nos era entonces. Rápido a cenar y a dormir, que al día siguiente tocaban diana pronto: teníamos el safari a las 6 de la mañana.
Foresight Lodge
Amaneció nublado, pero luego despejó y pudimos deleitarnos con la visión de un montón de animales: desde jirafas que vimos a primera hora fuera del cráter; hasta el rinoceronte negro, especie poco común por las fiestas y los vídeos que le hizo Ernest al otearlo (no se inmutaba en general, y eso que vimos ñus, búfalos, elefantes, hipopótamos, leones y gacelas). Además de los animales, el parque es conocido por las vistas: es un cráter de 19K de diámetro que alberga hasta un lago, una maravilla paisajística.
De lo agusto que estuvimos por esos parajes, se nos ocurrió ampliar alguna noche más, e incluso hacernos una ruta cicloturista, que consistía en ir al pueblo de al lado (Mto Wa Mbu, a 30K) a pernoctar y volver al día siguiente. La gestión fue éxito a medias: alquilamos las bicis a Sifaeli, un amigo de un local con quién habíamos hecho un tour cafetero el día anterior. El resultado fue que después de regatear, conseguimos el (aceptable) precio de 10$ por bici por dos días, y debíamos retornarlas al mismo punto. Pero cuando llegamos a Mto Wa Mbu (pueblo de Sifaeli), el tipo se marcó que quería otros 10$ más por cabeza, y cuando estábamos discutiendo que hacer (con unas birras, por supuesto), nos despistamos y se llevó sin que nos enteráramos ¡las 5 bicis!
Pero justo está decir que aprovechamos lo que pudimos las bicis cuando estuvieron en nuestro poder: de Karatu a Mto Wa Mbu hicimos una ruta preciosa, a pesar de ser por carretera, en la que nos dió tiempo a conocer todas (sin fallar una) las tiendas de souvenirs que encontramos por el camino. Aún así, hubo que repasar alguna más en el pueblo, puesto que la jirafa exacta que Jime se empeñó en llevar bajo el brazo en el avión de vuelta (de medio metro de largo) apareció en la tienda número veintitantos que visitamos.
Como al día siguiente no teníamos bicis para plantear el retorno, tuvimos que recalcular nuestros planes y decidimos hacer una visita a un poblado masái. La decisión no fue unánime: Natalia y Tuko (los pudientes del grupo) apostaban por un tour 6€ más caro, y el resto nos decantamos por el barato (por lo que, siendo mayoría los que preferíamos ahorrar, fue el que hicimos). Al haber escatimado, tuvimos que salvar a pata la distancia que separaba Mto Wa Mbu del poblado masái, pero luego estoy segura que el espectáculo fue el mismo.
Los masáis viven alejados de la urbe, en un cerco de arbustos. Dentro del cerco hay otro cerco dónde guardan por la noche a los animales (los masáis son pastores), y alrededor tienen sus casas. Son unas estructuras redondas, pequeñas y con techo de paja, cuyas paredes además de arena y madera tienen excrementos de vaca, Alguna de las costumbres curiosas de la tribu (además de su atuendo, que es peculiar porque se compone de mantas de cuadros anudadas, chanclas con suela de neumáticos y múltiples pendientes) es por ejemplo la circuncisión que se le practica a los niños de 7 años, y su posterior destierro después de la ceremonia por unos 4 meses; sus costumbres alimenticias (que incluyen beber sangre de las vacas); o lo tremendamente patriarcales que son (mandan los hombres y se les permite la poligamía, a pesar de que las mujeres son las que efectúan todo trabajo que no sea pastorear a las vacas).
Después de el espectáculo en el que les vimos hasta bailar dando esos saltos tan míticos por los que son conocidos, volvimos a nuestro pueblo. Tuko, a quien ya las vivencias del mundo subdesarrollado estaban haciendo mella, tuvo que repostar en la cafetería más western de todo Mto Wa Mbu (que servía café a partir de 2$), que hizo su habitual los días que pasamos allí.
Y de nuevo partimos rumbo a Arusha (con los conisguientes desarrollos logísiticos que eso conllevaba: volver a Karatu, de ahí a nuestro lodge y de nuevo vuelta a coger un transporte rumbo a la city), donde llegamos justos para celebrar nuestros días juntos en Tanzania en una barbacoa que nos recomendó Carlos (a nostros y al parecer a todos los mzungus que por ahí pasaron, porque estaba abarrotado el sitio de gente blanca).
Además de festejarnos con eso, Natalia nos llevó a un orfanato dónde pretendía dejar una mochila llena de ropa que había paseado todos los días anteriores (excepto a, gracias a Dios, la subida al Kili). La visita fue un éxito: en Amani nos enseñaron unas instalaciones buenísimas y unos niños estupendamente cuidados, cuya historia no había sido tan fantástica (eran niños que recogían de la calle).
Y así terminó nuestro tiempo juntos… ¡Pero espero que no sea la última vez que estos chicos aparecen en el blog!