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Arequipa fue muy diferente a lo que había visto de Perú, pero iba avisada: una ciudad colonial mucho más ordenada que el resto del país. ¡Fué un sitio que desde el primer minuto me atrapó! Y encima llegué con planes: había quedado con Analú (una top-blogger mitad peruana mitad española) para hacer una excursión a la Laguna de Salinas.
La aventura de encontrarme con Analú fue bastante divertida. Nos recogieron en el hostel y primer lugar nos llevaron a desyunar al lado del mercado sandwiches típicos (yo lo pedí de palta, que es cómo llaman acá al aguacate). Después nos llevaron rumbo a la laguna, parando en sitios pictóricos (a los pies del volcán Misti) dónde nos sacaron un millón de fotos. Y después de visitar un pueblo típico, ¡llegamos a la laguna! Un paisaje como no había visto nunca: una extensión blanca y crujiente para caminar, resultante de la evaporación del agua (que llega a los 40cm en época de lluvia). ¡Hicimos hasta tomas con un dron!
Pero no sé si fue eso lo que más me gustó, o la cantidad de vicuñas, llamas y alpacas que ví por el camino. ¡Increíbles! Y claro después del paseíto, Analú y yo decidimos que como habíamos casado estupendamente, que haríamos juntas la selva de Perú más adelante. ¡Planazo!
No fué la única amistad que conocí durante mi tiempo por allí. Lié literalmente a Bea, una madrileña que estaba por allí disfrutando de unas vacas entre trabajo y trabajo, para que me acompañara a un tour que me había recomendaro un local. ¡Menos mal que se vino! Porque si no, la verdad es que me hubiera aburrido bastante, que la excursión al Sillar (una cantera a las afueras de la cuidad) tampoco fué muy interesante 😉
De ahí tiré para el Colca. Iba a ir en un principio sola, pero acabé (para no variar) liando a más de uno 😉 Los primero en apuntarse fueron un grupo de 3 belgas, Manu, David y Louïc, que habían empezado a viajar juntos y tenían un año por delante por America. Además se apuntaron Carlos y Yuli, dos chilenos que llevaban viajando desde junio juntos. Y por último, otro Carlos, médico residente en Madrid.
Y la tropa salimos del hostel (donde nos habíamos conocidos) con intención de hacer al menos una noche por el cañón. La excursión del primer día fue fantástica, a pesar de que logísticamente tuvimos que reinverntarnos: el bus que creíamos iba a salir directo a Cabanaconde (de dónde teníamos intención de comenzar la caminata) no fue tal, si no que en su lugar fueron 2 minivans. Claro que la jugada no nos salió ni tan mal: el conductor de la segunda, que ya entraba al parque, nos ocultó para que no pagáramos la entrada. ¡Genial!
Además de los paisajes que veíamos, discurriendo todo el rato por senderos con el profundísimo cañon al lado, nos esperaba una recompensa fenomenal: ¡en Sangalle, nuestra poblacion destino, el alojamiento que encontramos tenía hasta piscina! Y con la ilusión se nos fue la mano con las birras…
Al día siguiente con la cruda (que es como llaman por aquí a la resaca), y la gracia de subir el cañón no fue tanta. Hacía muchísimo calor, y se nos hizo durísimo a pesar de no ser tanto el desnivel. El hecho de que la segunda minivan nos tardase más de 2h en salir rumbo a Arequipa, tampoco ayudó mucho, pero.. ¡Yo voy a guardar un muy buen recuerdo de esos días!