Con B de ballenas y de Bogotá

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Llegamos a Bogotá sin más percance de lo habitual cuando vas en estos tiempos al aeropuerto: esta vez sólo me hicieron comprar un vuelo de salida, con lo que tengo fecha de caducidad en Colombia: el 7 de Octubre partiré rumbo a Quito (que era lo más barato). Pero vamos, que tengo derecho a un cambio 😉 y según se está portando Colombia conmigo no me extañaría que lo gastara.

Bogotá es una ciudad buenísima. Cuenta con un sistema de transporte que tiene pinta de eficaz y barato: el Transmilenium, un bus que va por carriles exclusivos evitando, en la medida de lo posible, los atascos (sólo tiene pinta, porque los locales te aseguran que necesitan el metro por las trancas que se montan). Además, la ciudad tiene bastantes cosas interesantes qué hacer, como subir a contemplar las vistas desde Montserrate (andando, en funicular o corriendo); pasearte por el casco histórico y fijarte en los murales; o acerarte a ver la Catedral de Sal.

Durante mis días por allí tuve la suerte de poder contactar con una conocida amiga de una amiga mía de Madrid, Noe (al menos era conocida mía virtualmente, porque físicamente no tuvimos claro ninguna de las dos de si nos habíamos visto): Tamara. Tamara lleva viviendo 6 años en Colombia, y además de conocerse el país de arriba a abajo, también ha visitado parte de Centroamérica y de México. Nos lo pasamos estupendamente cenando, ¡a pesar de que por las pintas casi no me dejaran entrar en el sitio en el que ella había reservado!

Cenando con Tamara

Al día siguiente partimos Fer y yo rumbo a Buenvaentura con una misión entre manos: avistar ballenas. Para ello cogimos un avión, un bus y finalmente cuando llegamos a Buenaventura, donde nuestro contacto ballenero nos debía estar esperando, nos quedamos un rato decidiendo qué hacer porque allí no estaba Alejandro ni se le esperaba. A pesar de que fue Fer quien se organizó con él (tarea nada despreciable, porque entre otras cosas le había lleado bastante tiempo de WhatsApp), tomé yo un poco la iniciativa 😉 y al primero que nos vendió un tour le cogimos el guante (por supuesto después de regatear lo suyo) y,¡partimos en lancha hacia el pueblo en el que pernoctaríamos, con la promesa de ver ballenas al día siguiente!

La cuestión de ver ballenas es de lo más fácil en materia de animales que he experimentado. ¿Dónde quedarán los días que ví un tigre con mi hermana Jime en India (no te pierdas Barcos, motos, jeeps, trenes, bicis y demás parientes)? Llegamos al muelle on nuestro ticket y, tras esperar a otros avistadores, nos metieron en una barca con techo (menos mal porque jarreaba). Los otros avistadores nos pusieron los dientes largos, porque ellos habían salido el día anterior y habían visto ballenas y desde bastante cerca, según probaban los vídeos de sus móviles. Por lo que cuando llegamos al sitio en dónde las veríamos (a 15′ de la costa), yo tenía las expectivas muy altas.

Con Fer, listos para avistar ballenas

¡Pero no me defraudó el asunto! Vimos no tardando mucho una ballena que resoplaba, y nos acercamos. ¡Tenía un ballenato! Y como el pequeñajo tiene que salir a respirar como cada 5′, vimos a la pareja innumerables veces. ¡Menuda experiencia, mi primera vez! Son grandísimas, pero a pesar del tamaño no dan nada de miedo. Y echan aire por el agujero, tal y como muestran los documentales. El ballenato nos enseñó más de una vez la aleta, y eso sí la pareja era inseparable. Sólo puedo decirte que no me importó ni la lluvia ni todo el desarrollo logístico que habíamos hecho para llegar: ¡espero que no sea la última vez que las veo!

¡Ballenas!

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