5.637K corridos, 649 días viajando
Llegar a Cali después de haber estado unos días viajando deprisa tuvo el efecto esperado: permanecí, entre Cali y el río Pance, más tiempo del que creía iba a estar por allí. Relax y correr fueron mis rutinas 🙂
Entre otras cosas, porque tengo que preparar una carrerita y estar en Buga (por la zona) el 26.09.2021. Se llama Reto Maja Hierro, y he de reconocer que me he apuntado en primer lugar por lo bien que me han tratado de la organización: nada más ponerme en contacto para pedir info, me dieron facilidades para apuntarme y también para el tema logístico, ¡qué cracks! A ver cómo sale la cosa… En Cali había cerritos alrededor a los que podía subir para ir preparando las patitas (¡que es un trail de 21K!). Por ahí subí a uno llamado Las Tres Cruces y también a uno que se llama Cristo Rey. El formato de ambos fue muy parecido: una pista larga para coches (por dónde yo subía) y un sendero empinado para bajar (por dónde bajé en el caso de Las Tres Cruces).
Pero en el caso de Cristo Rey, lo bajé por dónde había subido. Me acerqué un domingo, y me crucé con un montón de ciclistas que me festejaron y animaron la subida. Una vez en el cerro, me recomendaron bajar por dónde había venido, nada de por el sendero que tenía planificado (en fin, hice caso pero me metí en total ese día más de media maratón para el cuerpo).
Y decidí, para seguir con la tónica de entrenos, ir al Farallón de Cali, concretamente a una población situada a menos de 30K del centro, pero que me obligó a pernoctar allí dadas las dificultades de llegar. Hasta Pueblo Pance llegaba sólo un bus que se demoraba 2h, porque el último tramo de la carretera estaba sin asfaltar. ¡Pero las pegas del transporte se me quitaron rápidamente gracias a un buen bañito en el río!
Eso sí, todo el relax que tue esos días se me quitó en un periquete. Resulta que el día que viajaba a Medellín (había pillado un vuelito de ésos hiperbaratos que me ahorraban las más de 7h de bus) quedé a comer en casa de Andrea, amiga de una prima de mi padre. Me invitó a su casa (y la de su marido, Álvaro), y guauuuuuuu, ¡menuda casa! No le faltaba detalle ninguno: era una buena finca con césped (agradable para pisar sin zapatillas) en la que cada pieza estaba separada (tipo casa balinesa), y contaba con huerto, piscina infinity y todo lo que te puedas imaginar. A pesar de que yo no aprecio mucho la decoración 😉 ¡de ésta sólo sé decir que me encantó! Me sentí súper agusto con la pareja y me zampé un sancocho (una sopa típica colombiana) delicioso. Pero no fue eso lo que hizo que casi perdiera el modo zen al que acostumbro últimamente…
Resulta que para ir al aeropuerto, decidi coger un taxi (sí, sí, has leído bien, un taxi). La casa de Andrea y Álvaro estaba un poco retirada y lo vimos como la mejor alternativa. Pero el taxi avisó que llegaba con media hora de retraso, y Andrea se ofreció a cancelarlo y llevarme a un punto más cercano desde el que pudiera coger uno directamente (sin que viniera a recogerme). Aún iba con tiempo: entré en el taxi antes de las 18h y mi vuelo despegaba a las 20.11. Pero había tranca…
La tranca y el hecho de que el taxista no se tomara en serio al principio que yo creyera que llegábamos justos (me preguntó si podía parar a poner gasolina, y a pesar de mis negativas no me hizo ni caso), hicieron que el tiempo pasara angustiosamente. Pero cuando le avisé que cuando llegáramos no le iba a pagar la carrera completa hasta que no hubiese facturado mi maleta (le expliqué que me iba a quedar con dinero para el bus de vuelta a Cali, que estaba segura iba a necesitar poque creía que perdía el vuelo), ya sí que se puso las pilas e hizo lo porsible por llegar cuanto antes. Puse un pie en el aeropuerto a las 19.29. El mostrador de facturación estaba cerrado, pero me dijeron que probara suerte a pasar el mochilón por los controles, y en la puerta de embarque que pidiera que me la bajaran a bodega.
Por lo que pagué al taxista lo que le debía (íntegramente), y empecé a pasar controles. ¡Y fue casi éxito! Porque en el último, ya la puerta de embarque, me dejaban subir pero pagando que me bajaran la mochila a bodega (45.000COP, unos 10€: una pasta para mi presupuesto). ¡Pero pude volar, vivaaaaaaaaaa! Eso sí, malditos aeropuertos…