7.911K corridos, 867 días viajando
De Kilifi y sus lluvias nos despedimos rumbo a más al sur todavía: Shimoni. El lugar, en la costa pegadito ya a Tanzania, prometía por tener cerca (a golpe de barco) las islas Kisite, parque nacional donde era posible avistar delfines.
Además de pasearnos por la isla de enfrente, Wasini, e intentar y lograr ir de un pueblo a otro (separados por menos de 4K, pero con la dificultad de que ni en los mapas se reflejaba el sendero que había que tomar), buscamos sitios para comer en aras de no morirnos de hambre al día siguiente.
La actividad que nos aguardaba era un planazo: nos recogían en un barco, íbamos a avistar delfines, a hacer snorkel y a ver una playa desierta. Pero habíamos logrado recortar el precio sin que nos incluyeran la comida, así que teníamos que ver si nos las podíamos ingeniar comiendo por allí o había que llevar algo en la mochila.
La tarea fue harto complicada. Lo que logramos en el pueblo fue comprar unas galletas, y acompañarlas de un té y unos mandazi (como los donuts pero sin agujero) que nos vendió una señora en su casa. Eso sí, el camino de ida fue bastante chulo: nos tocó atravesar senderos entre vegetación y una ría seca. La vuelta, siguiendo las indicaciones de un local, se nos complicó más de lo esperado: volvimos por una playa en la que los escasos 2K que recorrimos fueron insufribles porque pisábamos descalzos las rocas y las conchas y se nos clavaban bastante (muy a mi pesar, que traté por todos los medios de no quitarme las zapas e ir medio escalando el arrecife, con el consiguiente cachondeo de Santi y las pescadoras que por allí pasaban y sabían de sobra que la única manera era aguantarte y pincharte un poco los pies).
Al día siguiente, la excursión del barco nos permitió ver mogollón de delfines, y llegar a una de las islas de Kisite donde nos esperaba una playa virgen. Pudimos incluso hacer snokel (viendo un fondo que podía ser una piscina de lo raso que estaba, todo sea dicho), y a pesar que en la hora de almuerzo, cuando nos separamos del grupo, en lugar de tener un rato de paz fuimos asediados por uno de los locales para vendernos todo tipo de restaurantes (de los que el día anterior no habíamos encontrado), valió mucho la pena la actividad en general. Fue clausurada en el barco de vuelta por la tripulación cantando y tocando instrumentos de fabricación propia (botellas de plástico y metal y bidones vacíos, básicamente), pronto secundados por los clientes que cantaban a pleno pulmón las canciones que se sabían (incluso nosotros nos inventábamos la letra).
De ahí nos desplazamos a Mombasa, dónde echamos un día deambulando por sus calles. Al ser de corte bastante musulmán me recordó a la isla de Lamu (no te pierdas Más costa keniata: Lamu y Kilifi), pero con tintes más urbanos. El centro también se componía de callecitas con encanto, y parques para pasar el rato. Cerramos el día viendo atardecer (las luces, porque el sol se ponía por el otro lado) en la costa, también muy apta para procrastinar.
Y partimos en el tren rumbo a Nairobi. ¡Menudo espectáculo! El tren es bastante moderno, rápido y barato (1.000KES) y pasa por el medio de Tsavo National Park. Se dejaron ver elefantes a puñados (a familias diría yo, porque vimos más de un grupo), cebras y algún que otro antílope. Me amisté de nuevo con SGR (la compañía ferroviaria), porque a primera hora de la mañana se la juré: en una de sus cafeterías me intentaron chulear (o nos malentendimos sobre lo que estaba escrita en su pizarra como menú de desayuno) 50KES (unos 0,4€), ¡un dineral para mi presupuesto!