5.765K corridos 669 días viajando
¡Por fin llegué al eje cafetero! Porque después de haber estado dando vueltas y más vueltas por la zona, ya tocaba. Tenía muchas ganas: sabía que los paisajes que me iba a encontrar allí no me iban a defraudar, pero ¡qué sorpresa! No contaba yo con que fuera a tener tantas ofertas deportivas molonas 😉
Para empezar, aterricé en Salento. Pero en un Salento muuuuy lluvioso, que apenas me permitió salir a correr. Bueno, pude eso y hacerme un trekking al Valle del Cocora, llegando a la Finca de Los Colibríes. El entorno, verde y de naturaleza exhuberante, merecía desde luego el paseo. Para llegar a la finca atravesé más de 5 puentes colgantes en los que insistían los locales pasar de uno en uno, nunca dos personas a la vez (cuando los veíais entendías el por qué: el estado no era ni por asomo el más óptimo). Y llegar a la meta tuvo premio: Entras y en la casa te reciben y te ofrecen aguapanela con queso (es una bebida caliente, hecha a base de agua y azúcar moreno), por 5.000COP. Es una mezcla curiosa (yo ya la había probado en mi tarde culinaria, si no te acuerdas puedes repasarte Reto Maja Hierro), pero que conseguí convencer para probar a Yoran, un holandés que me encontré por el camino 😉
La vuelta fue pasada por agua. Pero claro, ya me lo había explicado Sergio, el voluntario de mi hostel: para que esté verde todo el año, es necesario que llueva todos los días (ya podía ser por la noche, pero bueno). Así que no hay mal que por bien no venga: aceleré mi partida de Salento (debido a las inclemencias climáticas) y partí rumbo a Filandia.
¡Me encantó el nuevo sitio desde que puse un pie por allí! La arquitectura me recordó, además de a Salento, un poco a la de Jardín (cuando estuve por Tierras paisas): una plaza con un jardín bonito en el centro, casas floreadas y coloridas (o floridas y coloreadas) y un entorno estupendo. Además, fui a parar en un hostel fenómeno: Bidea Hostel, que me gusto sobre todo por sus zonas comunes (parecía una cafetería hipster).
Desde el primer momento, cuando recorrí corriendo los alrededores, supe que era un sitio de tranquilidad y que me iba a quedar más tiempo del previsto por allí. Y efectivamente así, fue. En primer lugar, me explicaron una ruta de BTT que prometía: Filandia – Quimbaya – Ulloa. Y de ahí podría agarrar un jeep con la bici para ahorrarme los 13K de cuesta arriba (pero… ¿quién se cree que fuera a perderme pedalear cuesta arriba?). Así que planee hacerla prontito al día siguiente, porque a pesar de que se veía mucho más sol que en Salento, aún tenía el recuerdo de haberme empapado en el Valle del Cocora.
Y fue todo estupendamente (al principio). Llegué a Quimbaya sin problema, y allí hice mi primera parada a repostar (después de 16K sin dar una pedalada creí haberlo merecido, al menos por el terreno: era pista). Luego, tras otros 16K, llegué a Ulloa, también con un perfil facilón, pero esta vez por carretera. Por lo que hice el segundo avituallamiento en el pueblo (al final, los días de clicloturismo estoy segura de que acabo ingresando más calorías de las que gasto). Y salí direción Filandia: me quedaban 14K que prometían ser duritos.
Pero no llevaba ni 2K cuando… ¡Partí la cadena! ¡Mierda! Me tocó volverme empujando la bici a Ulloa, a ver si allí me podían ayudar. Encontré en un taller de motos a un mecánico simpático, que se ofreció a ir a comprar en la ferretería la grapa que le hacía falta para arreglarme la bici. Mientras me quedé con su hija, Susi, que alucinó cuando le conté los sitios que había visto en Colombia (ella apenas había salido de su pueblo). Cuando regresó su padre, y a pesar de que lo intentó concienzudamente, no consiguió arreglarme la bici :S Por lo que me fui a averiguar a qué hora salían los jeeps. Eran las 13.40 y había salido uno a las 13.30, y el próximo no salía hasta las 15h. Por lo que, siguiendo mi filosofía de no esperar, no sé si te acuerdas de Sistema de transporte público (y gratuíto) en Pokhara, no esperé y me puse a empujar la bici esos 14K (para arriba) que me separaban de Filandia, esperando tener suerte y que algún coche por el camino se apiadara de mí.
Pero no tuve mucha suerte… Al menos en ese momento: pasó un coche que sí que se apiadó, pero no iba ni a la mitad del camino. No sé yo si mereció la pena embarcar la bici, porque tardamos un tiempo considerable en acoplarla, y porque yo tenía que ir agarrando el portón trasero porque no cerraba, pero algo seguró que me ayudó. Por lo menos a no mojarme, porque, ¡oh no! empezó a diluviar al estilo de Salento. Me quedé bajo un techito que encontré hasta que ¡pasó el jeep de las 15h! En fin, hay veces que es mejor esperar 😉
Pero no todo fue mala suerte. Pasé la tarde en una cafetería desde la que vi una estupenda puesta de sol, y encima conocí allí a David. Él es piloto y de Medellín, y aunque no logré que me invitara a un vuelito gratis, sí que hice gracias a él un planazo que no hubiera hecho por mi cuenta: fuimos a cenar, con su reserva, al mejor sitio de todo Filandia, José Fernando. La experiencia la verdad es que mereció la pena: un sitio con una decoración preciosa, atención uidada y comida exquisita. ¡Not bad!
Al final mis días por el eje han sido entretenidos y sobre todo muy variados… ¡Ah! Y casi se me olvida: al día siguiente de mi experiencia fatal con la bici, logré completar la ruta. Eso sí, esta vez sin tanto avituallamientos y en sentido contrario. Menos mal, porque si no podría haberme quedado aún allí intentándolo, que las derrotas no son muy lo mío 😉