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A pesar de estar de locos en el lago Bunyonyi (no te pierdas Toma de contacto con Uganda: Entebbe y los lagos), tocó moverse hacia tierras más cálidas: esta vez dirección Queen Elizabeth National Park.
Llegamos a la sabana con todas las de la ley: el matatu nos dejó en el pueblo y decidimos caminar hasta el alojamiento (¡en qué hora, maldita Lea que me hizo caso!) con un sol de justicia y encima con la localización del sitio mal ubicada.
Pero bueno, no todo fueron penas lo que nos encontramos por allí. Dispuestas a perdernos la experiencia del ir al Monte Rwenzori porque nos advirtieron que sin guía no podríamos pasar (y no estábamos dispuestas a perder nuestra independencia por esos parajes), y tampoco convencidas de entrar en el Queen Elizabeth por los precios que manejaban las actividades, se nos dió todo de maravilla: un par de boda-bodas nos llevaron a los alrededores de la montaña, y conseguimos patear por allí una mañana (de la que lo que más recuerdo es que todo el rato niños acompañaban nuestros pasos). Y por otro lado, después de mucho negociar, pudimos acordar experiencia safari en jeep en el parque nacional. ¡Yiiijaaaa!
Búfalos en Queen Elizabeth
El safari por Queen Elizabeth mereció muchísimo la pena. Fue mi primera vez viendo leones salvajes (había una leona con sus dos cachorros, perezosos todos para desperezarse ante tanta expectación). También vimos nuestros ya conocidos búfalos e incluso un hipopótamo pero ésta vez paseando fuera del agua. ¡Enorme! Con un culo casi tan gordo como el que ví de un rinoceronte en Chitwan (puedes verlo, que hay foto, en Último destino: la selva).
León durmiendo delante de nuestro jeep
Pero no fue lo único que nos regaló el parque. Cuando ya estábamos tan de vuelta que incluso nuestro guía se había bajado del coche, vimos una fila de elefantes atravesar la carretera. ¡Increíble! Yo elefantes ya había visto con anterioridad, pero en libertad fue mi primera vez.
Elefantes cruzando la carretera
Después del parque, nos desplazamos al norte, dirección Fort Portal. Llebábamos tanto tiempo sin estar en algo parecido a un pueblo que el sitio nos pareció maravilloso. ¡Hasta con un bar con música! Eso, la alegría de no ser las únicas muzungus (conocimos a Colleen, un coperante americano que venía de vacaciones desde South Sudan) y el poder comer en un restaurante indio y no comida local, hizo que nos sintiésemos maravillosamente y se nos fuera la cuenta de las cervezas 🙂
Pero Colleen no fue la única amistad que entablamos por allí. Resulta que, en aras como siempre de ahorrar, decidimos pillar un par de boda-bodas para descubrir Kibale (otro parque nacional atravesado por una carretera, en la que si vas de paso no te hacen pagar). Salomon y Christofer fueron nuestros drivers, y además de ver con ellos un montón de monos (babuinos en su mayoría), nos llevaron de ruta moto-turista pasando por paisajes preciosos, con lagos (y baños) incluídos.
Atardecer en Fort Portal
Después de relajarnos por allí unos días y zamparnos algún que otro atardecer de postal, partimos rumbo al último destino de Lea: Jinja. Jinja es la tercera ciudad por número de habitantes en Uganda, además de ser el sitio dónde están localizadas las fuentes del Nilo.
Lo que más nos gustó por allí fue nuestro alojamiento. Unos kilómetros al norte de la población, a orillas del Nilo (contaba incluso con playa) y con una zona chill out de lo más acojedora hizo que los últimos pasos de Lea fueran un cierre de viaje perfecto.
¡Pero no fue lo único! También nos lo pasamos de lujo bajando en un flotador gigante (Tubing, no sé si recuerdas que ya lo había hecho en Palomino: El desierto colombiano: provincia de la Guajira) el Nilo, bebiéndonos incluso una cerveza Nile (que es de las más famosas aquí). La actividad estuvo patrocinada además por Tubing the Nile, ¡genial!